Conciertos
BOS 04
Erik Nielsen, director
I
F. Schubert: Sinfonía nº 5 en Si bemol mayor, D. 485
(1797 – 1828)
I. Allegro
II. Andante con moto
III. Menuetto (Allegro molto) – Trio
IV. Allegro vivace
R. Strauss: Concierto nº 1 para trompa y orquesta en Mi bemol Mayor Op. 11
(1864 – 1949)
I. Allegro
II. Andante
III. Allegro
Luis Fernando Núñez, trompa
II
J. Guridi: En un barco fenicio
(1886 – 1961)
M. Ravel: Rapsodia española
(1875 – 1937)
Dur: 100’
FECHAS
- 31 de octubre de 2019 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
- 01 de noviembre de 2019 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
Venta de abonos, a partír del 8 de julio.
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Música en color
La música tiene color; es una constatación que podemos hacer cada vez que escuchamos a una gran orquesta sinfónica. Bien podemos entenderla como toda una paleta de colores a disposición de los autores, que pintan el cuadro general, o de los directores, que con un gesto cargan un poco más de azul o resaltan una pincelada de verde. Algunos músicos, como Rimsky-Korsakov, Scriabin o Messiaen y otros artistas como Kandinsky se encargaron de resaltar las sinestesias entre música y color.
Este programa se presta especialmente a ser escuchado bajo ese punto de vista: como una variada muestra de los modos diferentes en los que los músicos pueden pintar sus obras; cuatro obras muy diversas pero todas ellas muy coloridas.
Si me permiten seguir un orden cronológico, distinto al del programa, la primera de estas piezas es la quinta sinfonía de Franz Schubert, una obra del año 1816, cuando el músico austríaco tenía sólo diecinueve años. No es fácil decir qué nos sorprende más: la madurez de la obra o el hecho de que ese mismo año tuviera otras 200 hermanas, compuestas además mientras, por satisfacer a su padre, maestro de escuela, y por ganar algo de dinero, Schubert sufría la tortura cotidiana de dar clase a niños pequeños como una “bestia de carga escolar” (palabras de su hermano Ignaz, que corría la misma suerte).
En su primera sinfonía maestra encontramos a un Schubert muy mozartiano; aún no había sufrido la impresión de las colosales sinfonías de Beethoven (esperen sólo hasta final de enero y la BOS les ofrecerá la novena y última sinfonía del músico vienés, la Grande, ésta ya marcada por la profunda huella del genio de Bonn). La admiración por Mozart dominaba en este momento el espíritu del joven músico: “¡Oh Mozart, inmortal Mozart! ¡Oh cuántas, cuántas eternas percepciones tan reconfortantes de una vida mejor y más brillante has traído a nuestras almas!”
Pero hay mucho de personal en el modo de abordar estas influencias. Por ejemplo, un elemento muy desatacado, como siempre en nuestro músico, es la fluidez y facilidad de la inspiración melódica. Si han intentado alguna vez perfilar una melodía conocerán las dificultades de dar con el equilibrio perfecto de sencillez y variedad que derrochan las que suenan en ésta como en otros cientos de obras de Schubert. La inspiración nos debe encontrar trabajando, pero también es cierto que a algunos artistas los visita con una frecuencia especial. Fíjense sencillamente en el primer tema de la obra: una muestra magistral de ese equilibrio. O en el segundo de ese mismo primer movimiento, tan mozartiano en su gracia y ligereza. Y, por supuesto, en la inolvidable melodía del movimiento lento, que nos recuerda que Schubert era, sobre todo, un gran cantante con un talento asombroso para la belleza cantabile de sus melodías.
Pues bien: unido al talento melódico está el gusto por el color que vamos a poder apreciar en muchos de los elementos que componen esta sinfonía. Uno muy significativo es el modo de contrastar, combinar, alternar… las voces de las familias instrumentales y las secciones de la orquesta. Sobre todo la cuerda y las maderas. Los cuatro primeros compases de la obra, por ejemplo, consisten en lo que Brian Newbold llamó un telón que se levanta; Schubert lo confía a las maderas antes de que sean los primeros violines, en un juego de preguntas y respuestas con cellos y contrabajos, quienes expongan el primer tema. Continuamente se aprecian ese tipo de intercambios, pero quizá es en el segundo movimiento donde más destacan; comiencen fijándose en cómo la melodía expuesta por las cuerdas adquiere nuevas tonalidades en cuanto se repite por primera vez doblada por flauta y oboes sobre el fondo más oscuro y cálido de trompas y fagotes. Toda esta sección está llena de ese tipo de matices, siempre sutiles, que enriquecen la escucha.
Los cambios de luz entre el modo mayor y el menor, en los que Schubert se deleitó en todo su catálogo, abundan aquí también; el último movimiento da lugar a muchas de esas sorpresas en los cambios entre claridad y oscuridad.
En definitiva, una creación de una perfección y madurez increíbles para un músico de diecinueve años. Curiosamente, otra de las obras del programa es también una obra de juventud. Dieciocho tenía Richard Strauss cuando en 1882-83 preparó la versión con acompañamiento de piano de su primer concierto para trompa, orquestado poco más tarde.
No es extraño que fuese la trompa el instrumento elegido para protagonizar esta pieza de juventud, puesto que Franz Strauss, el padre de Richard, era un trompista de gran fama en su tiempo y tenía además alumnos. Así que las trompas debieron de resonar en la casa de los Strauss durante los años de formación del joven compositor, que obtuvo de ello un buen conocimiento y un gran aprecio del instrumento. No consta si los vecinos de aquel domicilio estuvieron de acuerdo en tal aprecio.
En esta obra no reconocerán del todo al Strauss maduro de sólo unos pocos años más tarde, cuando alcanzó el magistral dominio de la orquesta que caracteriza sus grandes poemas sinfónicos. Aquí el tratamiento orquestal, como la propia estructura armónica de la pieza, denota cierta influencia de Mendelssohn y es aún más sencillo.
Sin embargo, la presencia solista de la trompa es suficiente para despertar nuestro interés cromático. Dentro del conjunto sinfónico las trompas son una de las secciones que más contribuye, gracias precisamente a la diversidad de su colorido, al empaste general. Por un lado, la profundidad y calidez de su sonido les permiten mezclarse muy armoniosamente con el resto de las familias instrumentales, especialmente con las cuerdas graves, para crear ambientes ricos y vibrantes, o dotar a los corales de metales de un tono solemne. Pero, en otros momentos, pueden sonar brillantes y poderosas, iluminando el conjunto o pasando al primer plano.
Hoy, en esta obra breve pero exigente, escucharemos todos esos colores y matices de un modo mucho más directo al contar con la trompa como solista en esta pieza que pide al intérprete usar de toda la ductilidad que posee el instrumento para sonar potente o dulce, marcial o melodioso, incisivo o legato según los momentos.
Siguiendo con el recorrido cronológico, nos encontramos con uno de los grandes maestros en el manejo de la paleta sinfónica. Maurice Ravel pintó más que compuso entre 1907 y 1908 esta rapsodia cuyo germen fue una habanera para dos pianos de 1895. La fascinación por la música española, compartida por muchos de los músicos franceses de este período, se manifiesta aquí en una fantasía de aire impresionista en muchos aspectos: por ejemplo, en su uso de estructuras y escalas modales, exóticas o creadas por el autor para dotar a la música de un colorido particular.
El ejemplo más claro es el motivo de cuatro notas (el tetracordo descendente fa-mí-re-do#) que recorre todo el movimiento inicial (Preludio a la noche) y que, orquestado magistralmente, crea la trama sobre la que se van tejiendo algunos de los temas que aparecerán en los posteriores. Aunque podríamos interpretarlo en un sentido tonal tradicional, lo cierto es que, en su insistencia y aislado del resto de la escala que lo explicaría, este breve motivo escapa a esa clasificación y adquiere una función que se puede llamar pictórica sin forzar mucho el término.
El resto es una muestra más (una de las primeras importantes en su carrera) del genio de Ravel para explotar al máximo las posibilidades de la orquesta: una fiesta de colores de gran sutileza, pues sólo en la Feria final se liberan las energías hasta entonces contenidas; antes, cada instrumento y familia tienen oportunidades casi solísticas de contribuir al cuadro con su propia pincelada.
Finalmente, este concierto nos da la grata ocasión de disfrutar de una obra de Jesús Guridi: se trata de un poema sinfónico de 1925 cuyo curioso origen está en la obra literaria Las aventuras de Telémaco (1699) del clérigo y político francés François Fénelon. Se trata de una obra utópica que critica a Luis XIV, pero Guridi prescinde de ese sentido y se queda con un episodio en el que Telémaco y su maestro Méntor pasan una velada en el barco del fenicio Adoam, agasajados con flores, delicados perfumes, música y danzas.
Es la excusa perfecta para elaborar todo un lujo de imágenes, que comienzan con la mar en calma reflejando la luna e incluyen la aparición de los sirvientes cargados de regalos, las evoluciones de los danzantes y el plácido viaje por el Epiro. ¿Quién no querría estar ahí? El músico desplegará su enorme maestría para embarcarnos. El ambiente oriental le permite además introducir algunas melodías de carácter modal que, para que nos entendamos, pertenecen a campos externos a la tonalidad habitual y, por ello, colorean la música de tonos arcaicos o exóticos, unidos a los ritmos de las danzas fenicias. Disfruten de la cálida noche mediterránea y piensen en el mérito de Guridi, capaz de dibujarla para nuestros oídos pese a estar acostumbrado a las noches fresquitas de Vitoria.
Aprovechen este rato para escuchar a todo color, que bastante nos toca vivir cotidianamente en blanco y negro.
Iñaki Moreno
Agenda de eventos
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Irrumpe el romanticismo
Lugar: Palacio Euskalduna,Bilbao
Un programa redondo que atiende al gran repertorio del siglo XIX. Dos obras esenciales para entender la revolución del romanticismo. Schubert exploró con maestría el gran formato en la última de sus sinfonías, una obra que parece anticipar la grandeza de Bruckner, y Beethoven se aventuró en las turbulencias emocionales en su rotundo concierto en do menor, que escucharemos en la interpretación del reciente ganador del Concurso de piano María Canals.
Iván López-Reynoso, director
Xiaolu Zang, piano
I
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827)
Concierto nº 3 para piano y orquesta en do menor Op. 37
I. Allegro con brio
II. Largo
III. Rondo: Allegro
Xiaolu Zang, piano
II
FRANZ SCHUBERT (1797 – 1828)
Sinfonía nº 9 en Do Mayor D. 944 «La grande»
I. Andante – Allegro ma non troppo. Piú moto
II. Andante con moto
III. Scherzo: Allegro vivace – Trio
IV. Allegro vivace
Dur: 110’ (aprox.)
El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey
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Con la tercera parte, El Retorno del Rey, finalizamos el ciclo dedicado a una de las cumbres en la simbiosis entre música y cine, merecedora de 11 premios Oscar, incluido el de mejor banda sonora para Howard Shore. De nuevo la experiencia de la proyección íntegra de la película con la partitura original interpretada por la BOS y las voces de la Sociedad Coral de Bilbao.
Shih-Hung Young, director
Eleanor Grant, soprano
Manex Ortiz, tiple
Sociedad Coral de Bilbao:
Coro Euskeria (Urko Sangroniz, director)
Coro infantil (José Luis Ormazabal, director)
BANDA SONORA COMPLETA EN DIRECTO
El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey
Banda sonora compuesta por el oscarizado Howard Shore,
interpretada en directo durante la proyección de
la película por una orquesta sinfónica, coros y solistas
El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey
Acto primero (1:30)
Raíces y comienzos
Viaje a la Encrucijada
Regreso a Edoras
El cáliz pasa
La villanía de Gollum
La Palantír
La gracia de Undómiel
Los ojos de la Torre Blanca
Corona de oro plata
El prendido de las almenaras
Las escaleras de Cirith Ungol
Lealtad a Denethor
La partida de Sam y Frodo
El sacrificio de Faramir
Formando en Dunharrow
Andúril, Llama del Oeste
Senderos de los Muertos
ENTREACTO (20’)
Acto segundo (1:50)
El sitio de Gondor
El antro de Ella-Laraña
Grond, el Martillo de los Mundos Subterraneos
Ella-Laraña la Grande
La tumba de los senescales
La batalla de los campos del Pelennor
“Lejano y verde país”
Escudera de Rohan
La muerte de Théoden
La torre de Cirith Ungol
La última deliberación
Boca de Sauron
Para Frodo
El Monte del Destino
La Grieta del Destino
Las águilas
La Comunidad reunida
Rumbo a Puertos Grises
Días del Anillo
Maestro de maestros
Lugar: Palacio Euskalduna,Bilbao
Joaquín Achúcarro, además de su brillante carrera internacional, ha desarrollado una intensa actividad pedagógica, sobre todo en su cátedra en Dallas, de la que han surgido excelentes pianistas. Rendimos homenaje a esta faceta del maestro en la figura de su alumno y gran concertista Alessio Bax, ante ese tótem del repertorio que es el primero de Brahms. Stravinsky, una de las especialidades de Erik Nielsen y el recuerdo a nuestro Arriaga en su bicentenario completan el programa.
J. C. Arriaga
Obertura Op. 20
J. Brahms
Concierto nº 1 para piano y orquesta en re menor Op. 15
I. Stravinsky
El pájaro de fuego, Suite
Alessio Bax, piano
Erik Nielsen, director
La Quinta de Tchaikovsky
Lugar: Palacio Euskalduna,Bilbao
Cuando Tchaikovsky presentó al mundo su quinta sinfonía, ya era considerado el primer compositor de Rusia, un país que se tomaba muy en serio la música. Y en ella cumplió el objetivo de los grandes: sonar universal sin renunciar a sus raíces nacionales. Shostakovich, por su parte, se dió una tregua para regalar un precioso concierto, ligero, elegiaco y ensoñador, a su hijo Maxim. Para abrir, un joven Ligeti rindiendo homenaje al folklore de su Rumanía natal.
G. Ligeti
Concert Românesc
D. Shostakovich
Concierto nº 2 para piano y orquesta en Fa Mayor Op. 102
P. I. Tchaikovsky
Sinfonía nº 5 en mi menor Op. 64
Simon Trpčeski, piano
Pablo González, director
