Concerts
BOS SEASON 2-2010-2011
Luis de Pablo: Rostro
F. Say: 1001 noches en el harén, concierto para violín op. 25
L. van Beethoven: Sinfonía nº 5 en Do menor, op. 67
Patricia Kopatchinskaja, violín
Günter Neuhold, director
DATES
Venta de abonos, a partír del 8 de julio.
Venta de entradas, a partir del 15 de septiembre.
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¿Pondrá el destino su rostro en el harén…?
Así ha sido. Rostro de Luis de Pablo (Bilbao, 1930) se nos presenta a modo de obertura esta tarde de concierto. La obra nace en 1995, como un encargo para el III Concurso de Directores que organiza desde 1992 la Orquesta de Cadaqués. Se estrenó al año siguiente, en la final del certamen y Sir Neville Marriner (presidente del jurado en aquella ocasión) la repitió posteriormente con la citada orquesta en diversos escenarios. En Bilbao se pudo escuchar en el Teatro Ayala en 1998 con Juanjo Mena al frente de la BOS.
El título tiene su origen en un viaje que el compositor realizó a Veracruz (México) donde conoció en el Museo de Antropología de Xalapa, las monumentales cabezas de piedra volcánica que muestran los rasgos físicos de los olmecas, primera gran civilización conocida en la América prehispánica. La música proviene, en palabras del compositor, “de la impresión que esas cabezas tan extrañas y peculiares me produjeron, aunque no tiene intención descriptiva”.
La partitura contiene problemas muy medidos, fiel a la finalidad para la que fue compuesta: los jóvenes directores debían hacer una lectura precisa con el fin de demostrar sus habilidades al frente del conjunto orquestal. El discurso es detallista y rico en matices: delicado y frágil en ocasiones, dando paso a momentos de mayor tensión. La riqueza tímbrica y de textura se proyecta en el juego de planos sonoros que con gran precisión van perfilándose a través de la diversidad de colores instrumentales. Felicidades al creador por sus inquietos 80 años y por Rostro, que habla un lenguaje actual y, sobre todo, vivo, abriéndonos las puertas del harén donde una hermosísima e intrépida voz de violín guiará nuestra imaginación, cual embaucadora Scheherezade.
1001 noches en el harén, del excelente pianista y original compositor Fazil Say (Ankara, 1970) fue un encargo de la Orquesta Sinfónica de Lucerna y es un concierto de violín escrito para Patricia Kopatchinskaja, con quien Fazil Say forma dúo en varias ocasiones. Estrenado en 2008, el título recrea la sugerente colección de cuentos en que la ingeniosa narradora nos guía por senderos imaginarios, sugerentes, peligrosos, poéticos… dejando flotar en la atmósfera su voz trovadora que nos hechiza y asombra. Su papel es altamente virtuosístico y su presencia es continua a lo largo de toda la obra, incluso en los enlaces entre movimientos en los que crea unidades atmosféricas, a modo de cadencias, que preparan el ambiente para lo que ha de llegar.
La organización del discurso musical está sometida en todo momento a la temática, es decir, a las escenas que va desgranando con su voz el solista, acompañado por los instrumentos coprotagonistas, cuyo papel es más o menos destacado en cada secuencia de este filme sonoro (atención a la percusión turca).
El primer movimiento Allegro se inicia con un casi hipnótico ostinato del kudüm, sobre cuya base luce el violín explorando diversas posibilidades y acrobacias. El resultado es una paleta de colores que va del misterio a la exaltación. Como indica su autor, “tiene lugar en el harén”.
El 2º movimiento, Allegro assai, “está enteramente entregado a la danza”. Con esta premisa del compositor, Scheherezade parece acompañar su voz por un frenético baile (al que sin duda debe consagrarse el arco del violín) en un alarde de recursos técnicos y expresivos, que mantienen y alimentan la tensión rítmica y armónica con que está trazado el discurso. Tras este desenfrenado relato, la narradora nos prepara mediante un pasaje calmo y misterioso, casi espiritual, para degustar en el conmovedor Andantino “una variación de una canción turca” y lo hace de manera sublime: sutilmente los espíritus van haciéndose más corpóreos y, sobre la base armónica de la cuerda pulsada, una melodía romántica cobra protagonismo y nos adentra en un terreno sentimental a medida que la textura se hace densa y cálida, convirtiéndose en auténtica sultana que canta-cuenta una romanza cuyo principal fin es inflar los corazones y transportarnos a un clímax sonoro. En este momento la orquesta deja oír su poderosa voz, arropando a la poetisa. Pero el calor se va apagando, hasta tendernos un puente sonoro basado en reminiscencias del movimiento. Y con el retorno de la percusión turca, sabemos que la relatora sigue incansable en su afán fabulador y nos traslada al 4º movimiento, que sirve a Fazil Say para que “la obra concluya soñadora y sosegada”, a modo de despedida… sobre el asiento de la orquesta, muy tenue, la voz del violín se aleja con ecos de sus relatos…
Dicen de Fazil Say que compone para seducir los oídos, para embaucarnos a la manera del compositor cinematográfico o del artista mediático (al parecer, adora los escenarios, el público y el aplauso) y no para secundar ciertos istmos de vanguardia o postrarse ante la galería.
Lo cierto es que su lenguaje aúna las voces de Oriente y Occidente (¿tendrá algo que ver que en 2008 fue nombrado Embajador del Diálogo Intercultural por la Unión Europea?).
Al mismo tiempo es portador de una enorme vitalidad que nos prepara para la tercera obra de la tarde, viva desde su estreno en Viena en 1808 y que no ha dejado de interpretarse e impresionar en todo el mundo.
La Sinfonía nº 5 en do menor Op 67 de Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827) fue también un encargo, hecho por el conde von Opperdorff, aunque finalmente dedicada al conde Razumovsky y al príncipe Lobkowitz (podemos observar el cambio en el mecenazgo en el transcurso de dos siglos, a partir de las tres composiciones que disfrutamos esta tarde) y se estrenó un 22 de Diciembre, en una velada musical en el Theater an der Wien, que había sido puesto a disposición del compositor en parte “como justo reconocimiento a sus servicios en las actuaciones benéficas”. Beethoven lo organizó con vistas a un enorme concierto ganancial, programando cuatro horas de música, mayoritariamente “obras de estreno”.
Muchos dicen que esta composición se inicia con la “llamada del destino”, otras opiniones hablan de la “firma” de Beethoven. Lo que está claro es que el compositor, con su gran talento sinfónico, nos presenta un motivo musical que le sirve para afirmar la tonalidad de do menor y, lo que es más ingenioso, como semilla que va floreciendo a lo largo de toda la obra, dándole coherencia y sensación de inevitabilidad (¿tendrá esto algo que ver con el destino?)
En el 1º movimiento Allegro con brío, hay pocos compases en los que no se sienta la presencia de esta célula, incluso en la base del segundo tema, más lírico y cantábile. El 2º movimiento, escrito a modo de tema (bicéfalo) con variaciones, mantiene en cierto modo la tradición clásica. El uso de esta forma musical, permite a Beethoven un tratamiento compositivo para jugar con diferentes texturas, colores tímbricos, dinámicas y articulaciones, dando voz a todos los instrumentos de la orquesta de su tiempo. El final de este Andante con moto nos lo anuncia, como no, el motivo director.
El 3º movimiento Allegro se inicia de una forma algo misteriosa y tímida, pero enseguida reaparece la firmeza a través de la “figura principal” de la sinfonía. Y presten atención a uno de los pasajes más característicos del movimiento: esa especie de carrera de fondo contrapuntística entre los instrumentos de cuerda en la que, tomando ventaja los contrabajos, el tema se va “fugando” del grave al agudo. Esto fue innovación.
Y en un juego de despiste, cuando parece que la música se extingue a través del eco del primer tema del movimiento, el discurso va cobrando fuerza y nos conduce, “sin cortes”, al espléndido Allegro final en un luminoso Do Mayor.
En esta obra, Beethoven es capaz de hacer convivir elementos del periodo clásico-ilustrado en el que arranca su carrera, con la dimensión dramático-teatral y personal de que hizo gala el lenguaje romántico, que él contribuyó a alumbrar.
¡Disfruten y vivan la vitalidad de la música!
Mercedes Albaina
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