Conciertos
Mozart y lo ancestral
Gabriel Erkoreka completó en Zuhaitz uno de sus mejores trabajos, imbricando la modernidad de su lenguaje con las tradiciones, la naturaleza y lo ancestral, y contando para ello con la complicidad imprescindible de los músicos de Kalakan. Mozart encontró un paréntesis de felicidad en su breve estancia en Linz, a la que dedicó una de sus más deslumbrantes sinfonías. Y el carácter de serena belleza del programa se completa con Ravel y su evocación de la infancia.
Jean Deroyer, director
Kalakan
Jamixel Bereau
Lara Mitxelena
Lionel Berçaits
I
MAURICE RAVEL (1875 – 1937)
Ma Mère l’Oye, Suite
I. Pavana de la Bella durmiente del bosque (Lent)
II. Pulgarcito (Très modéré)
III. Laideronnette, emperatriz de las pagodas (Mouvement de Marche)
IV. Las conversaciones de la Bella y la Bestia (Mouvement de Valse modéré)
V. El jardín encantado (Lent e grave)
GABRIEL ERKOREKA (b. 1969)
Zuhaitz, concierto para percusión vasca y orquesta*
Kalakan
II
WOLFGANG AMADEUS MOZART (1756 – 1791)
Sinfonía nº 36 en Do Mayor K. 425, «Linz»
I. Adagio – Allegro spiritoso
II. Poco adagio
III. Menuetto
IV. Presto
*Primera vez por la BOS
Dur: 95’ (aprox.)
FECHAS
- 04 de diciembre de 2025 Palacio Euskalduna,Bilbao 19:30 h. Comprar Entradas
- 05 de diciembre de 2025 Palacio Euskalduna,Bilbao 19:30 h. Comprar Entradas
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RAÍCES ARISTOTÉLICAS
Todos tenemos en casa un cajón donde guardamos pequeños objetos aleatorios que no sabemos dónde meter: una goma elástica, un tornillo que a saber de dónde es pero que tal vez cuando lo descubramos nos haga falta, el cable del móvil viejo, una pila, el botón de la bata que nunca tenemos tiempo de coser, un tique de compra medio borrado por el tiempo que guardamos por si había que cambiar la talla, un boli que ya no pinta, un llavero de Naranjito, una moneda de diez céntimos, un clip, unas gafas con las que ya no vemos pero que con lo que costaron ahora da pena tirarlas, unos auriculares con el cable enredado, la figurita del roscón… La lista es larga y variopinta y, aunque habitualmente no nos acordemos de ellos –porque, probablemente, la mayoría estarían mejor en la basura–, todos sabemos que alguno de esos artículos va a reaparecer siempre que estemos buscando otra cosa. Bien, pues el cerebro también tiene uno de esos “cajones” donde guarda datos, palabras o imágenes sin mayor utilidad que reaparecer de vez en cuando en el momento más insospechado. En mi caso, uno de esos datos es el concepto aristotélico de zōon politikōn, que mi profesora de filosofía de Bachillerato –BUP se llamaba en mis tiempos– mencionaba a menudo. No les voy a mentir: esa definición me preocupaba lo justo para aprobar la asignatura y para mí no tenía relación con nada más allá de mis apuntes, pero, miren ustedes por dónde, de tanto encontrármela entre mis neuronas, ha acabado no sólo por tener sentido sino incluso por venir a cuento: decía Aristóteles refiriéndose al ser humano que es un zōon politikōn (en griego clásico ζῷον πολῑτῐκόν), que quiere decir algo así como “animal político” o “animal social” ya que, a diferencia de otros animales, posee no sólo la capacidad sino también la necesidad de crear sociedades y vivir en comunidades complejas con leyes y costumbres que nos aporten seguridad y nos ayuden a desarrollarnos; obviamente, Aristóteles trató este tema en profundidad, pero esta leve pincelada nos va a ayudar a explicar y relacionar las –muy– diferentes obras que vamos a escuchar esta noche.
Argumentaba Aristóteles en su Política que los animales se comunican a través de su voz (phoné, φωνή) para expresar emociones como el dolor o el miedo, pero que el ser humano tiene la palabra, el lenguaje, la razón (logos, λόγος) que le permite ir mucho más allá y dialogar sobre temas más profundos y establecer y transmitir conceptos abstractos como el bien y el mal, la justicia y la injusticia, lo conveniente y lo perjudicial. Y estarán conmigo en que, a lo largo de la historia, como mejor se han transmitido estas ideas ha sido a través de los cuentos infantiles que, con relatos breves, una trama fácil de seguir y una moraleja, han entretenido, estimulado y enseñado a los niños. Ma Mère l’Oye –o Mamá Oca, elijan el idioma que más les convenza– es una obra encantadora compuesta por Maurice Ravel que da vida al mágico mundo de esos cuentos de hadas haciendo referencia a la recopilación de Charles Perrault Contes de ma mère l’oye –que reúne conocidos relatos infantiles como Caperucita, Barba azul, El gato con botas, Cenicienta, Riquete el del copete, Piel de asno…–, pero también otros cuentos de la Condesa de Aulnoy y de Mme. Leprince de Beaumont.
La obra de Ravel comenzó siendo una única “piecita” para piano a cuatro manos compuesta en 1908 para los hijos de sus buenos amigos Ida y Cyprian “Cipa” Godebsky: Mimi y Jean, de 6 y 7 años. Estos niños, a quienes le unía un cariño casi familiar, recibieron como regalo la Pavana de la Bella Durmiente –no la confundan con la Pavana para una Infanta difunta–, a la que pronto siguieron las otras cuatro piezas infantiles que conforman este conjunto. «Ravel solía contarme historias maravillosas. Solía sentarme en sus rodillas y él comenzaba “Érase una vez…” […] Cuando terminó la composición y nos presentó Ma Mère l’Oye, ni mi hermano ni yo teníamos la edad suficiente como para apreciar semejante dedicatoria y lo vimos más bien como algo que requería demasiado esfuerzo», explicaba Mimi muchos años más tarde. Y, efectivamente, debió de ser mucho trabajo –y la dificultad de las piezas no tan infantil como su título– porque finalmente fue estrenada en París por otras dos niñas: Jeanne Leleu y Geneviève Durony, de 11 y 14 años. Un par de años más tarde, en 1912, Ravel recibió la petición de una partitura de ballet, para la cual reutilizó estas piezas, las orquestó, las reordenó, les añadió un preludio y varias secciones de transición e incluso compuso algún número completamente nuevo. Esa evolución de unas piezas pianísticas sencillas –o mejor digamos “no demasiado complicadas”– a obras orquestales profundas, ricas en texturas, delicados colores y sonoridades exóticas es tan mágica como cualquiera de los cuentos descritos. Finalmente, el puntilloso y detallista Ravel recompuso una suite orquestal con las cinco piezas originales en el orden inicial, que es lo que escucharemos hoy.
La suite comienza con la Pavane de la Belle aus bois dormant (Pavana de la Bella durmiente del bosque), una antigua danza lenta, casi como si fuera una marcha fúnebre, delicada y conmovedora, con una atmósfera misteriosa y medieval, mientras un hada vigila el sueño de la princesa. Tras este ensueño, Petit Poucet (Pulgarcito) nos transporta al bosque donde los pájaros se comen su rastro de migas con una composición vivaz y juguetona, mientras la música baila al ritmo de las aventuras del pequeño protagonista. Laideronnette, Impératrice des pagodes (Laideronnette, Emperatriz de los pagodas, o también conocido como La niña fea) plasma una escena de un cuento de corte oriental menos conocido, en el que una pequeña princesa es hechizada por una bruja convirtiéndola en un ser muy feo, por lo que se exilia a un remoto reino habitado por unos seres diminutos llamados pagodas cuyos cuerpos están hechos de joyas y fina porcelana y que tocan instrumentos construidos con cáscaras de nueces y almendras. Con el cuarto movimiento llegan Les Entretiens de la Belle et de la Bête (las Conversaciones de la Bella y la Bestia), un lento vals poético y descriptivo donde clarinete y fagot cantan las palabras que se susurran Bella y Bestia sobre aquello de que la belleza está en el interior mientras giran en el salón de baile, hasta que la transformación de la Bestia conduce a la última pieza, Le jardin féerique (El jardín de las hadas) que, sin pertenecer a ningún cuento concreto, es un exuberante final que transporta al oyente hasta un reino mágico donde convergen todos los cuentos de hadas en un vibrante crescendo triunfante y lleno de color donde todos puedan vivir felices y comer perdices.
Volviendo al zōon politikōn que nos había traído hasta aquí, además de la capacidad del ser humano de hablar, razonar y transmitir temas abstractos y metafísicos, Aristóteles hacía mucho hincapié en el concepto de polis (πόλις) que, aunque estrictamente se refiera a las ciudades-estado de la antigua Grecia, va más allá de simples ciudades o territorios geográficos: son las sociedades, comunidades grandes capaces de proporcionar a las personas sus necesidades materiales, emocionales y morales, de modo que pueda desarrollar en ellas su potencial más alto. Aristóteles, como dijo aquél, venía a “hablar de su libro” y todo lo llevaba por el tema de la política –se ve que ya estaba tan mal como ahora–, pero aquí hay una gran referencia a la cultura compartida, a lo que nos hace sentirnos parte integrante de una polis, de una sociedad, a esa tradición y a esas raíces comunes que nos aportan seguridad e identidad. El pensamiento griego, con su conocimiento del mundo en aquel momento, era más rígido y limitado, pero hoy podemos llevar los límites de esa sociedad común tan lejos como queramos y pensar en términos mucho más actuales como la aldea global, pero con la segunda obra de esta velada vamos a ajustarnos un poco más a las raíces aristotélicas y circunscribirnos a la cultura compartida más próxima.
Zuhaitz, concierto para percusión vasca y orquesta es un encargo que recibió el compositor bilbaíno Gabriel Erkoreka de la Orquesta Nacional de España y que fue estrenado en el Auditorio Nacional por dicha formación y la dirección de Juanjo Mena el 18 de marzo de 2016. Zuhaitz (árbol) hace alusión de una manera poética a los sonidos que cobran vida a través de la madera, donde instrumentos como la marimba, el xilófono, el log-drum, los wood-blocks, las claves, las castañuelas e, incluso, percusiones en la caja de resonancia del arpa asumen el papel central, con la txalaparta y su sonido mágico y ancestral como protagonista.
Como el día del estreno, hoy contaremos con la colaboración inestimable de Kalakan, ya que la obra se escribió específicamente pensando en las cualidades de este grupo de Iparralde de música tradicional vasca. El entonces trío formado por Jamixel Bereau, Xan Errotabehere y Thierry Biscary hoy es un dúo –no voy a ser chismosa, vamos a dejarlo en “diferencias artísticas”–, pero no se preocupen porque, vengan dos o tres componentes –Jamixel y Xan colaboran frecuentemente con Pierre Sangla–, la composición de Erkoreka deja una gran libertad de improvisación a los miembros de Kalakan de modo que lo que vamos a escuchar es una obra viva, diferente en cada interpretación, que combina el mundo clásico y formal de la tradición sinfónica con el ancestral y libre de la tradición oral.
Dividida en tres secciones ininterrumpidas, cada una de ella se divide a su vez en otras, abriéndose como las ramas del árbol que da sentido al simbolismo de la obra, que pretende, además, ser un canto a la Naturaleza, un canto ecologista y también, por qué no, un canto al ser humano, conformando uno de sus mejores trabajos que articula modernidad, tradición, libertad, estructura, naturaleza y creación.
La última obra del concierto es una sinfonía mozartiana, concretamente la No. 36, en Do Mayor, conocida como Linz. Y estarán preguntándose con algo de curiosidad y un poco de malicia cómo voy a enlazar una sinfonía de Mozart con Aristóteles y su zōon politikōn y espero no defraudarles cuando les cuente las circunstancias de la composición de esta sinfonía.
Corría el año 1783 en la azarosa vida de Mozart, quien acababa de casarse en Viena unos pocos meses antes con Constanze Weber –él 26 años, ella 20–, para gran disgusto de Leopold, padre del compositor, que no veía con buenos ojos esta unión; así que, ni corto ni perezoso, hizo las maletas y se dirigió, junto a su esposa, hacia Salzburgo, para pasar una larga temporada y que así su padre conociera a su mujer y pudieran limar asperezas. Spoiler: no salió bien, pero eso se lo cuento más tarde; ahora vamos con Aristóteles: si antes hablábamos de la polis como sociedad, aquí hablaremos de oikos, literalmente la casa, el hogar, pero entendido también como familia, que es el elemento germinal de esa comunidad ideal que proyectaba el filósofo de Estagira, del cual surgían formas de sociedad más compleja. El oikos representa el primer nivel de asociación humana, el primigenio, el más natural, instintivo y necesario. Y nuestro pobre Mozart intentaba formar su propio núcleo, ampliar su oikos, pero sin renunciar al que ya conformaba su familia y, sobre todo, a esa figura paterna que tan importante era para él, pero, como ya les decía, no salió bien. Leopold acercó posturas con su hijo, sí, pero a su nuera no la podía ni ver… y ella a él tampoco. Y, para colmo de males, Nannerl, la hermana de Wolfgang que siempre había sido su cómplice y protectora, por lo que fuera encontraba a su cuñada «inadecuada para su hermano». La larga temporada prevista se redujo a un par de meses, momento en el que la tensión se volvió incómodamente insoportable y la pareja abandonó el hogar paterno para dirigirse de nuevo hacia Viena. En su viaje de regreso, pasaron varios días en Linz, por invitación de un viejo amigo de la familia, el conde Thun-Hohenstein. «Cuando llegamos a las puertas de la ciudad», escribió Wolfgang en una carta, «encontramos a un sirviente esperando allí para llevarnos a casa del conde Thun, en cuya casa nos alojamos ahora. No puedo decirles la amabilidad que la familia está mostrando hacia nosotros. El martes 4 de noviembre, habrá un concierto en el teatro aquí y, como no tengo ni una sola sinfonía conmigo, estoy escribiendo una nueva a una velocidad vertiginosa». Esta nueva sinfonía desde entonces ha recibido el apodo de Linz.
Y se trata de una sinfonía sorprendente. Para empezar, no muestra ningún signo de haber sido escrita con prisa pese a haberla terminado en cuatro días. Además, esta obra no tiene nada de trágico, nada de dramático; es como si estuviera escrita en un momento zen, en un momento de calma espiritual, de aplomo estético y sereno regocijo, y no en medio de un episodio difícil y traumático en la vida de Mozart. Musicalmente, también abre la serie de sus cinco grandes sinfonías finales con un estilo distinto, comenzando la obra con una introducción lenta llena de tensión, como una especie de obertura francesa barroca, a la manera de Joseph Haydn y su hermano Michael, antes de lanzarse a un Allegro efervescente. El segundo movimiento despliega un poco habitual ritmo siciliano de danza apuntalada por intervenciones de trompetas y timbales –hasta ahora ausentes de los movimientos lentos de Mozart– y que oscila entre el modo mayor y el menor, transformándola en algo más profundo. El Minuetto es otra danza, pero esta vez luminosa e inocente y un cierto aire pomposo, pero el Trío introduce un dúo para oboe y fagot cálido y elegante. El final es deslumbrante, agitado, vertiginoso, casi caótico y triunfante.
Mozart envió la partitura a su padre desde Viena en febrero de 1984, y Leopold organizó todo para que fuera interpretada en Salzburgo, dando por hecho que, antes o después, Wolfgang volvería a casa –a su familia, a su seguridad, a su oikos– sin su mujer y con las orejas gachas… cosa que, obviamente, no ocurrió, a pesar de que, seguramente, el zōon politikōn de Aristóteles hubiera estado más de acuerdo con Leopold que con el alocado Wolfgang.
Nora Franco
Kalakan.
Fundado en 2010, el grupo KALAKAN destacó de inmediato por su enfoque único de la música vasca: minimalista, orgánico y profundamente arraigado en canciones y ritmos del País Vasco.
Ofrecen un repertorio con canciones del siglo XV hasta hoy en día, junto con sus propias composiciones. Para poner todo esto en « vibración », en « emoción » y en « energía », utilizan junto a sus voces y sus tambores, todos estos instrumentos tradicionales con sonoridad esotérica, « contemporáneos » desde hace siglos, tales como : txalaparta, txirula, txistu, ttunttun, alboka, xilintx…… adornados con los potentes sonidos electrónicos actuales.
En 2025, Kalakan continúa su trayectoria con el mismo espíritu, ofreciendo arreglos que combinan tradición y modernidad, respetando el patrimonio que la mantiene viva.
Para la interpretación de la obra «Zuhaitz» del compositor vizcaíno Gabriel Erkoreka, el grupo estará rodeado por la txalapartari Lara Mitxelena y el cantante Lionel Berçaits.
Jean Deroyer.
Director
El director francés Jean Deroyer nació en 1979. A los quince años ingresó en el Conservatorio Nacional Superior de Música de París, donde obtuvo cinco primeros premios (dirección, orquestación, armonía, contrapunto y análisis).
Jean Deroyer ha sido invitado a dirigir las siguientes orquestas: HK Tokyo Symphony Orchestra, Radio Symphonie Orchester Wien, SWR Orchester Baden-Baden, RSO Orchester Stuttgart, Deutsche Symphonie Orchester, Sinfonia Varsovia, Orchestre Philharmonique du Luxembourg, Orchestre Philharmonique de Monte-Carlo, Orchestre de Paris, Orchestre national de France, Orchestre Philharmonique de Radio-France, Orchestre National de Lille, Orchestre National de Lyon, Ensemble Intercontemporain y Klangforum Wien en salas como la Konzerthaus de Viena, la Philharmonie de Berlín, la Salle Pleyel, el Luzern Hall, la Tokyo Opera City y el Lincoln Center de Nueva York.
A lo largo de varios años, Deroyer ha establecido una relación estrecha y privilegiada con el Ensemble Intercontemporain, que ha dirigido en varias ocasiones. Junto a Pierre Boulez y Peter Eötvös, dirigió Gruppen para tres orquestas de Stockhausen en el Festival de Lucerna de 2007. En 2017 debutó con la Orchestre de Paris y volverá a trabajar con esta orquesta durante las próximas temporadas. Además, ha grabado numerosos CD con la Orchestre Philharmonique de Radio France, la Orchestre Philharmonique de Monte-Carlo o la Orchestre National d’île-de-France para sellos discográficos como EMI Music y Naïve o para Radio-France.
En 2018 estrenó Les Boulingrin, ópera compuesta por Georges Aperghis y puesta en escena por Jérôme Deschamps en la Opera Comique de París, con la Klangforum Wien. A continuación dirigió Pelléas et Mélisande en la Opera de Rouen y la Orchestre Philharmonique de Radio-France en Ariane et Barbe Bleue, de Paul Dukas. En 2019 estrenó JJR de Phillipe Fénelon en el Grand Théâtre de Genève, con puesta en escena de Robert Carsen. Recientemente ha dirigido Cassandre, compuesta por Michael Jarrell, en el Festival de Aviñón con Fanny Ardant, así como Reigen de Philippe Boesmans en la Opéra national de Paris
Jean Deroyer ha sido director musical de la Orchestre Régional de Normandie desde 2010 hasta 2024. Aumentó considerablemente la audiencia gracias a una gran variedad de programación y a su capacidad para comunicarse con el público y presentar los conciertos con verdadera pasión, de forma informativa y entretenida a la vez.
Desde 2008 es director musical del Court circuit Ensemble, un conjunto de música contemporánea con sede en París, especializado en música espectral.
Entre sus próximos compromisos como director invitado destacan conciertos con la BBC Symphony Orchestra, la Orchestre Philharmonique de Monte-Carlo, la Ópera Nacional de París, el Ensemble Modern, la Auckland Philharmonia y la RTE National Symphony Orchestra de Dublín.
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W. A. Mozart
Sinfonía concertante para violín, viola, y orquesta en Mi bemol Mayor K.364
F. Schubert
Sinfonía nº 4 en do menor D. 417 «Trágica»
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Lorenza Borrani, violín-directora
