Conciertos
BOS 11
Erik Nielsen, director
Igor Stravinsky (1882-1971): Sinfonía para instrumentos de viento (rev. 1947)
Luis de Pablo Costales (b. 1930): Amicitia, concierto para acordeón y orquesta (Estreno absoluto AEOS-Fundacion SGAE)
I. Moto perpetuo
II. Imago
III. Velox
Iñaki Alberdi, acordeón
Igor Stravinsky (1882-1971): Petrouchka (1911, versión original)
I. Fiesta popular de carnaval
II. En casa de Petrouchka
III. En casa del moro
IV. Fiesta popular y muerte de Petrouchka
FECHAS
- 08 de marzo de 2018 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
- 09 de marzo de 2018 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
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Flotando en el viento
Mstislav Rostropovich utilizó durante décadas su prestigio como violonchelista para ampliar el repertorio de su instrumento.
Lo mismo hicieron, y siguen haciendo, otro buen puñado de solistas. Heinz Holliger con el oboe. Maurice André con la trompeta. James Galway con la flauta. Paul Wittgenstein con el piano a una mano. Frans Brüggen con la flauta de pico. Christian Lindberg con el trombón. Nuestro Asier Polo también con el cello, Gidon Kremer con el violín… Docenas de artistas movidos por un compromiso vocacional.
¿Cómo? Hay dos maneras, complementarias. Una cansada y otra aún más cansada.
La cansada es agarrarse al lápiz y ponerse a componer, arreglar y transcribir obras.
La aún más cansada es buscarse una buena cafetería –un buen restaurante puede servir también-, guiarse por el olfato artístico, preparar la tela de araña, armarse de una paciencia que puede implicar décadas y, por último, invitar a tantas rondas como haga falta a un compositor previamente seleccionado hasta que se comprometa a escribir una obra para tu instrumento. Suele funcionar.
Suele funcionar por varias razones. La principal es que parece ser la única manera de liberarse de que te sigan dando la murga, aunque hay más: los compositores –felizmente hoy en día también compositoras- son una raza curiosa por definición. Aceptan una cita de trabajo, oyen el instrumento cosidos a él, como nunca antes lo habían oído, hojean las obras canónicas de su repertorio, conversan con el virtuoso y, antes de que el café se enfríe en su taza, ya saben que tienen algo nuevo que aportar. Algo que nadie ha contado todavía.
De pronto cambian las tornas. Ahora es el compositor quien llama todos los días al solista para consultarle algún aspecto técnico. Éste último no sabe muy bien qué responder. Ya empieza a entrever que la nueva obra será diferente a todo lo que conocía hasta el momento, que tendrá que revisar sus propias fronteras de lo que se puede y no se puede hacer. Pero quién me manda meterme en este jardín. ¿Quién? Yo mismo. Si es que no quiero otra cosa. Si es que fulanito está componiendo delante de mis narices una obra para nuestro instrumento.
Y llega el día en que los primeros esbozos de la obra aterrizan en el atril del solista. Un mucho de entusiasmo y un poco de recelo recíprocos. A ver a qué sabe esto. Por regla general el flechazo es instantáneo. El virtuoso conoce desde hace años la producción del autor, y la pieza recién llegada es ni más ni menos que un sueño hecho realidad.
Por su parte el compositor ajusta, pule, pregunta y propone. A veces el baile de cortesía mutua es tan circular que para desenrocarlo hay que recuperar los propósitos que Rostropovich dirigió a Shostakovich: A ver, Dmitri Dmitrievich, tú tira y escribe lo que querrías escuchar; no te preocupes por lo que puede y no puede tocarse con un violonchelo, que de una manera u otra se hará.
Conforme pasan los días la obra demuestra sus fuerzas y sus coherencias internas. Aquí y allá el compositor explica algún detalle que el solista caza al vuelo.
Una vez puesto en marcha el proyecto, los plazos suelen ser muy inferiores a lo que imaginamos los mortales. Los solistas y los compositores son gente acostumbrada a un ritmo de trabajo endiablado. En semanas, a lo sumo meses, la obra está concluida y verá la luz, eso sí, cuando las agendas, los escenarios, los directores y otros mil factores se alineen.
Iñaki Aberdi con el acordeón. Luis de Pablo es el autor. La obra se titula Amicitia (Amistad en latín), y vamos a ser testigos del estreno absoluto de este concierto para acordeón y orquesta. Una obra en tres movimientos fruto de la colaboración entre una de las principales figuras del instrumento y el que probablemente sea el músico bilbaino más universal en los siete siglos que llevamos aquí puestos –quieran las deidades que venga mucha gente con sus capacidades o mayores que opte a desbancarlo de este trono-.
Las trayectorias internacionales de ambos implicados son tan disparatadamente amplias que no hay manera de resumirlas. Ahí está internet; aunque resérvense un buen rato antes de ponerse a trastrear.
El largo cortejo de Alberdi cumplió todas las características ya descritas del género. Su interés por ampliar el repertorio del acordeón hace que vaya contactando y colaborando con diversos autores: Erkoreka, Lazkano, Torres, Sánchez-Verdú o Guinjoan. El nombre de Luis de Pablo estaba en la lista desde principios de siglo, a raíz de unos arreglos de obras suyas, pero hasta 2013 no se concreta el proyecto que nos reúne hoy aquí. Alberdi envía a De Pablo un disco reciente grabado con la Orquesta Nacional de España y el compositor, a sus 83 años, se dispone a explorar a fondo un instrumento relativamente poco conocido para él.
Los dos primeros movimientos, Moto Perpetuo e Imago, fueron concluidos en San Sebastian el 7 de septiembre y el 19 de octubre de 2014 respectivamente. El último movimiento, Velox, fue terminado en Madrid al límite del año, el 26 de diciembre.
De Pablo, a lo largo de sus muchas décadas como compositor, siempre ha querido llamar la atención sobre el intervalo, o una serie de intervalos, como la base en la que se apoyan sus obras. Y la suerte de ser un personaje consagrado es que en youtube abundan los documentales y las clases magistrales en las que se explora su universo creativo. Pasen y vean.
Alberdi, la persona que –tras De Pablo- mejor conoce la obra, no esconde su fascinación. En los dos o tres primeros minutos ya está el plan de la misma. Una pieza que, como describe el compositor, no busca sino hacer de la música un tiempo coloreado.
Amicitia estará enmarcado esta noche por dos composiciones de otro de los forjadores del siglo XX musical: Igor Stravinsky (1882-1971).
Aunque en castellano solemos hablar de la Sinfonía para instrumentos de viento, en realidad el título original dado por Stravinsky hablaba en plural de Symphonies. Una obra que fue comenzada por el final en diciembre de 1920.
La Revue Musicale había programado para esta fecha un monográfico dedicado a honrar la figura del recientemente fallecido Claude Debussy (1862-1918) y Stravinsky envió, junto con otros colegas, una pequeña obra: un coral arreglado para piano que posteriormente sería el último movimiento de las Sinfonías.
Jacques Rivière, el reciente nuevo editor de la publicación, había sido uno de los primeros paladines de Igor a su llegada a París de la mano de los Ballets Russes, y había retomado el contacto en los primeros meses de 1919 para pedirle un texto para la Revue. Stravinsky, que declinó este ofrecimiento, no pudo y no quiso renunciar a enviar su obra en homenaje a Debussy para el número siguiente.
La posterior transformación de esta pequeña pieza en las Sinfonías tuvo lugar en Garches, en el invierno entre 1920 y 1921. Pese a su nombre, su duración siguió enmarcada en el ámbito de la miniatura –en torno a 10 minutos- y su estreno, en Londres el 10 de junio de este 1921, fue un verdadero desastre. Algo a lo que el compositor parecía abonado desde los comienzos de su carrera. Nada como una buena y paradójica sucesión de escándalos y de abucheos para tallar la fama de uno de los más grandes compositores de Occidente.
Extrañamente, las Sinfonías no fueron editadas hasta casi tres décadas más tarde, en 1947; ocasión que el compositor aprovechó para revisar la obra y modificar el equilibrio entre los instrumentos de viento hasta obtener la sonoridad por la que hoy es conocida.
La leyenda construida en torno a los sistemáticos y alegres volantazos en el estilo musical de Stravinsky a menudo nos hace olvidar que el compositor nunca volvió la espalda a sus primeros tres ballets fundacionales: El pájaro de fuego (1910), Petruchka (1911) y la Consagración de la primavera (1913).
Durante las siguientes seis décadas Stravinsky dirigió estas obras docenas de veces por todos los escenarios del mundo. Eso sí, cada vez de forma más emancipada de la danzas para las que nacieron.
El estreno de Petruchka tuvo lugar en París el 13 de junio de 1911 y, sin que sirviera de precedente, fue todo un éxito. A ello sin duda colaboró la actuación de la Karsavina en el papel de la Ballerina, del honorable maestro Cecchetti como el Mago y, sobre todo, del ya por entonces mítico Nijinsky en el rol principal de Petruchka.
Stravinsky, con un lacónico y eslavo sentido de la vida, dejó escrito que apreció mucho el libreto de Alexandre Benois. Un colaborador al que asimismo agradecía que no se refiriese al proyecto como Petruchkaka, aparentemente la denominación estándar en boca del resto de la troupe.
Una denominación y un cierto descuido en las formas propio de las bambalinas que sin duda contrastaron con las proféticas palabras de Debussy dirigidas al compositor en una carta de 1912:
“No conozco muchas cosas que puedan compararse a eso que Ud. llama el Tour de passepasse […] En él se encuentra un tipo de magia sonora, de transformación misteriosa de almas mecánicas que se convierten en humanas gracias a un sortilegio del cual Ud. me parece el inventor único. Igualmente se encuentran certezas orquestales que sólo he encontrado en Parsifal […] Ud. llegará más allá de Petruchka, ciertamente; pero puede estar orgulloso ya ahora de lo que esta obra representa”.
Joseba Berrocal
IÑAKI ALBERDI, acordeón
De Iñaki Alberdi ha dicho Sofia Gubaidulina: dispone del talento y de la entrega total como artista a la música. Su comprensión sobre la profundidad de la forma es asombrosa, todo ello ligado a su temperamento me ha causado una fuerte y extraordinaria impresión.
Ha estrenado obras de Sofia Gubaidulina, Karlheinz Stockhausen, Luis de Pablo, Joan Guinjoan, Gabriel Erkoreka, Ramon Lazkano, Jesús Torres, Alberto Posadas y José María Sánchez-Verdú.
En 2012 fue nominado al Gramophon Editor’s Choice Award por su disco monográfico sobre Sofia Gubaidulina y ha grabado para importantes sellos discográficos.
Ha actuado en salas de conciertos y festivales como el Teatro de la Fenice, Musikverein de Viena, Auditorio Nacional de Madrid, Quincena Musical de San Sebastián, Duke Hall (Londres), Filarmónica de San Petersburgo, Festival de Música y Danza de Granada, Bienale de Venecia, Auditori de Barcelona o Teatro Colón de Buenos Aires, junto a las principales orquestas españolas y europeas.
En la actualidad es profesor del Centro Superior de Música del País Vasco – Musikene.
ERIK NIELSEN, Director
Erik Nielsen es el Director Titular de la Bilbao Orkestra Sinfonikoa desde septiembre de 2015.
Desde la temporada 2016-17, ocupa también el cargo de Director Musical del Teatro de Basilea.
Erik Nielsen, estudió dirección en el Instituto Curtis de Música de Filadelfia, y se graduó con doble especialización en oboe y arpa en la Juilliard School de Nueva York.
Fue miembro de la Academia de la Orquesta Filarmónica de Berlín, en la que tocó el arpa.
En septiembre de 2009, obtuvo el premio de dirección y la beca que concede la Fundación Solti en los Estados Unidos.
Ha interpretado un amplio repertorio operístico , con entidades como la Ópera de Fráncfort, la English National Opera , la Boston Lyric Opera, Metropolitan Opera de Nueva York, la Ópera de Roma, la Semper Oper de Dresde, el Festival de Ópera Hedeland , la Deerik nielsenutsche Oper Berlín, el Teatro Nacional de Sao Carlos , el Teatro de la Ópera de Malmo, el Teatro de la Ópera de Zúrich, el Festival Bregenz, el Teatro de los Campos Elíseos en París, ABAO, la Ópera Nacional de Hungría, y la Ópera Nacional de Gales.
En el campo orquestal, ha dirigido a la New World Symphony, Orquesta de Cámara de Ginebra, las orquestas sinfónicas de la radio de Fráncfort y Stuttgart, la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, la Orquesta Sinfónica Portuguesa de Lisboa, la Filarmónica de Estrasburgo, la Filarmónica de Luxemburgo, la Filarmónica de Westfalia del Sur, el Ensemble Modern, y la Northern Sinfonia del Reino Unido, entre otras.
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W. A. Mozart
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F. Schubert
Sinfonía nº 4 en do menor D. 417 «Trágica»
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Lorenza Borrani, violín-directora
