Concerts
BOS SEASON 4-2009-2010
Viaje por el romanticismo
F.J. Haydn: Sinfonía nº 59 en La mayor “Fuego”
R. Schumann: Concierto para piano y orquesta en La menor, op. 54
A. Dvorák: Sinfonía nº 8 en Sol mayor
Martina Filjak, pianoa/piano
Manuel Hernández Silva, zuzendaria/director
DATES
Venta de abonos, a partír del 8 de julio.
Venta de entradas, a partir del 15 de septiembre.
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Joseba Berrocal
QUE SIGLO Y MEDIO NO ES NADA
Entre los tres compositores que escucharemos esta noche se cubren más de 150 años de vida profesional. Recordemos las fechas: Joseph Haydn nació en Rohrau, un pueblecillo al este de Viena en 1732 y murió en esta ciudad en 1809. Doce meses y algunos días más tarde, el 8 de junio de 1810, Robert Schumann veía la luz en Zwickau –en realidad a sólo 500 km. de la capital austriaca– para fallecer los 46 años en Endenich, a las afueras de Bonn. Era el año 1856. Para entonces ya había nacido Antonin Dvorák un 8 de septiembre de 1841 en Nelahozeves –él también a menos de 200 kms de Schumann–. Dvorák terminaría sus días en 1904 en Praga, otro centro musical a tiro de piedra.
A nadie se le escapa la cantidad de acontecimientos que tuvieron lugar en este marco temporal. Unas cuantas revoluciones –la rusa de 1905 no entra por un pelo–, otras tantas restauraciones. Más revoluciones, pero éstas industriales; Imperios que marcan la agenda de todo el planeta: Napoleónico, Astrohúngaro, Británico… En el ínterin los Estados Unidos pasan de ser poco más que una Australia Occidental a convertirse en el centro de la galaxia.
El mundo de las artes vivió parecidos zarandeos. Desde Canaletto hasta Picasso pasando por Goya, Gauguin o Schiele. La literatura, la arquitectura, las ciencias… Cada generación miraba a sus abuelos como a trogloditas.
Musicalmente, esta pequeña zona centroeuropea –donde todos los recién nacidos parecían llamados a ser compositores– vio de todo. Mientras Haydn nacía, Johann Sebastian Bach todavía no había ni compuesto el Oratorio de Navidad; y el año que Dvorák falleció, Schoenberg empezaba a dar clases de armonía a Anton Webern y Alban Berg.
Y, sin embargo, las tres piezas hoy programadas, por cuanto estén separadas en el tiempo, parecen tener un cierto aire de familia. Sea en sus características externas (la orquestación clásica, las explosiones de sonido junto a la melodía tierna, las danzas travestidas), sea en la estructura interna de las obras, destacando un desarrollo temático que será marca de la casa de estos siglos.
Es asimismo curioso comprobar que los tres compositores ya eran relativamente apreciados cuando escribieron estas obras, pero ni lejanamente tan famosos como lo serían al cabo de unos años. Todos ellos fueron artistas de largo recorrido, contraejemplos del declinar de la inspiración o del quedar fuera de moda. Los tres guardaban todavía sus mejores composiciones, en realidad aquellas por las que hoy les solemos conocer.
En 1766 Joseph Haydn se trasladó con el príncipe Nicolaus y el resto de la corte a la nueva residencia de Esterhaza, a 90 kms de Viena. Y ello coincidió con el fallecimiento de su superior, Gregor Werner, el maestro de capilla titular. Haydn, que había sido ocasionalmente insultado por el anciano Werner –en realidad los insultos fueron ‘compositor de canciones’ y ‘fashion victim’– se vio de pronto con todas las responsabilidades de su nuevo cargo, entre ellas la de componer unos repertorios religiosos que hasta entonces no formaban parte de sus obligaciones. Es así que sólo conservamos una decena de sinfonías correspondientes al periodo 1766-1770, entre ellas la ‘Feuer’, que ni siquiera está fechada con exactitud, aunque el propio catálogo del compositor la encuadra en torno al año 1768.
El apodo, como en tantas ocasiones en la historia de la música, tiene un origen posterior e incierto. Hay quienes lo ven asociado a los muchos momentos briosos de la obra, entre ellos el propio inicio follonero, en la más sólida tradición Sturm und Drang; pero es más verosímil que recibiera su nombre a raíz de servir como entreacto a la pieza teatral Die Feuerbrunst en una representación de 1774. Sea como sea, Haydn se divirtió aquí al componer. La energía de la que hace gala la obra está ligada a los continuos claroscuros de una orquesta no excesivamente recargada, sin echar mano de las ocho trompetas y resto de la tropa de sus tataranietos Mahler y Bruckner. Para Haydn un par de oboes y trompas bastaban para encender un buen fuego.
La misma facilidad que Haydn tenía para escribir sinfonías contrasta con los esfuerzos de Robert Schumann y sus conciertos para piano. Desde que era un crío iba tras ello, pero mientras su futura esposa, Clara Wieck, ya había compuesto uno en la menor con 17 añitos, Robert prefirió abandonar sus tres primeros intentos: el de mi menor de cuando tenía 16 años, el de mi bemol mayor de sus 18 y el de fa mayor de sus 21. Y es casi de milagro que hoy tengamos su archiconocido concierto en la menor.
Lejos de las románticas visiones de una obra global y unificada en su diseño primigenio, el Concierto para piano y orquesta op. 54 no fue en origen sino una preciosa Fantasía para piano y orquesta compuesta en 1841 y para la que Schumann no encontraba editor. Estos formatos pequeños se vendían mal. Schumann creyó, y acertó, que si le añadía otros dos tiempos le quedaría una obrita curiosa. Dicho y hecho, el éxito fue clamoroso e ininterrumpido tras su estreno el uno de enero de 1846. El mismo que acompañó catorce años más tarde a su siguiente concierto, el de violoncello op. 129. Es llamativo que la fama orquestal de Schumann resida en sus dos conciertos más que en sus propias sinfonías. (Hay por ahí un tercer concierto, para violín, que un horrorizado Joachim se apresuró a enterrar en un cajón del escritorio de la historia para que el buen nombre de su amigo no sufriera, pero esto, como diría Kipling, es otra historia…)
Dvorák fue otro compositor que debe gran parte de su popularidad a un fantástico concierto para cello, popularidad que comparte con su otra obra más programada, la Sinfonía del Nuevo Mundo, ambas obras de madurez.
Las dudas y dificultades de Schumann con sus primeros conciertos para piano son las mismas que Dvorak vivió con sus sinfonías iniciales. Hasta tal punto que prefirió no considerarlas como obras dignas de mención. Sólo a partir del quinto intento comenzó la cuenta, con lo que tenemos un buen lío de catálogo. La Novena fue en realidad publicada como Quinta, y la Octava, que hoy escucharemos, fue conocida durante décadas como la Cuarta, mientas que el propio Dvorák –al haber reconocido por el camino a algunas bastardas, pero no a todas– la llamaba su Séptima.
Esta definitivamente Octava Sinfonía op. 88 fue compuesta con la resolución habitual de Dvorák en unas pocas semanas de 1889 y estrenada al año siguiente en Praga. El público ya conocía al compositor pero fue esta corta sinfonía, de menos de cuarenta minutos, la que comenzó a consolidar su futura leyenda. Hasta el punto de que un buen puñado de aficionados –no se sabe muy bien si por verdadera convicción o por esnobismo– la prefiere a su hermana del Nuevo Mundo. Desde luego razones no faltan…
Dvorák estaba, sin saberlo, escribiendo el principio del fin de la sinfonía europea. Una forma musical que había acompañado a nuestros antepasados durante un siglo y medio y a la que, afortunadamente, todavía podemos echar un vistazo de vez en cuando en nuestro siglo XXI.
Joseba Berrocal
Martina Filjak, piano
Martina Filjak nació en Zagreb y creció en el seno de una familia de pianistas. Completó su educación musical en la Academia de Música de Zagreb y en el Conservatorio de Viena. También estudia en Rotterdam (Holanda) y Karlsruhe (Alemania).
Con el fin de desarrollar sus estudios artísticos, participó en clases magistrales (Moscú, Salzburgo y Nueva York) y en el curso para solistas de la Hochschule für Musik und Theater en Hannover con el profesor Mi Kyung Kim.
Desde su infancia ha ganado varios premios internacionales, entre ellos el premio Boesendorfer en Viena, premio especial en el Concurso Okiden en Japón, primer premio en el Concurso Internacional Johannes Brahms en Austria, el M. Masin en Italia, el International Keyboard Institute Competition en Nueva York (EE.UU) y el Concurso Vincenzo Bellini en Italia, primer premio y Medalla de Oro en el 54º Concurso Internacional de Piano Maria Canals en Barcelona
Como solista ha actuado en la Concertgebouw de Amsterdam, Hotel de Ville de Bruselas, Philharmonic Hall de Ljubljana, Salle Cortot de París, Palais des Congres de Estrasburgo, National Palace of Culture de Sofia, Boesendorfer Saal de Viena, Steinway Hall de Nueva York.
Entre los proyectos para los años 2009 y 2010 se incluyen giras por España, Argentina y China, recitales en la Salle Cortot en París, Carnegie Hall en Nueva York y en el Konzerthaus de Berlín, así como su primera grabación para el sello Naxos.
Manuel Hernández Silva, zuzendaria / director
Estudió dirección con Reinhard Schwarz y Georg Mark en el Conservatorio Superior de Viena, con Matrícula de Honor. Ese mismo año gana el 1º premio del Concurso Forum Jüngerkünstlern de la Orquesta de Cámara de Viena, dirigiendo esta última en la Konzerthaus de Viena y en la Brucknerhaus de Linz. Ha sido invitado de la Orquesta Sinfónica de Viena, de la Radio de Praga, Sinfónica de Israel, Orquesta de la Radio de Colonia, Nord-Tchekische Filarmonie, Orquesta de Cámara Filarmónica Checa, Sinfónica de Karlsbad, Orquesta KBS de Seúl (Corea), Filarmónica de Calgary, las Sinfónicas de Montreal, Toronto, Ottawa, Hartford, San Diego, Portland, y Opera de West Palm Beach, entre otras. Su actividad como docente abarca Cursos Internacionales, Conferencias y Clases Magistrales de Dirección de Orquesta en el Conservatorio Superior de Viena. Recientemente ha dirigido a la Sinfónica de Viena en el Musikverein de esa ciudad, con la que también ha grabado un disco. Próximos compromisos incluyen varias orquestas españolas (Sinfónica de Bilbao, Real Filharmonía de Galicia, Sinfónica de Castilla y León, Orquestra del Vallés…), la Orquesta Sinfónica de la Radio de Praga, Westdeutsche Rundfunk, o Filarmónica de Bremen así como La Flauta Mágica en la temporada de ópera de Murcia.
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