Conciertos
Irrumpe el romanticismo
Un programa redondo que atiende al gran repertorio del siglo XIX. Dos obras esenciales para entender la revolución del romanticismo. Schubert exploró con maestría el gran formato en la última de sus sinfonías, una obra que parece anticipar la grandeza de Bruckner, y Beethoven se aventuró en las turbulencias emocionales en su rotundo concierto en do menor, que escucharemos en la interpretación del reciente ganador del Concurso de piano María Canals.
Iván López-Reynoso, director
Xiaolu Zang, piano
I
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770 – 1827)
Concierto nº 3 para piano y orquesta en do menor Op. 37
I. Allegro con brio
II. Largo
III. Rondo: Allegro
Xiaolu Zang, piano
II
FRANZ SCHUBERT (1797 – 1828)
Sinfonía nº 9 en Do Mayor D. 944 «La grande»
I. Andante – Allegro ma non troppo. Piú moto
II. Andante con moto
III. Scherzo: Allegro vivace – Trio
IV. Allegro vivace
Dur: 110’ (aprox.)
FECHAS
- 11 de diciembre de 2025 Palacio Euskalduna,Bilbao 19:30 h. Comprar Entradas
- 12 de diciembre de 2025 Palacio Euskalduna,Bilbao 19:30 h. Comprar Entradas
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El programa de esta tarde nos sitúa en un momento fascinante de la historia de Europa, intrépido en su apertura al conocimiento y rebosante de expectativas. La libertad percibida guió a los creadores en su búsqueda de nuevos horizontes sonoros con el deseo inflamado y un arrojo sin precedentes. La vibrante luz romántica, encendida en las últimas décadas del siglo XVIII por el pensamiento ilustrado, se proyectó a lo largo del XIX y más allá. Beethoven y Schubert fueron dos de las primeras y más brillantes luminarias. Ambos tenían alrededor de treinta años cuando concibieron las obras que disfrutamos hoy.
El Tercer Concierto en do menor de Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827) se ubica en una época de transición entre el dominio de un género y la exploración y búsqueda de algo nuevo. Beethoven, el inconformista, llevaba ya unos años asentado en Viena y cada vez se sentía más inclinado a sacar todo el partido posible al estilo clásico superior vienés, del que eran máximos exponentes su admirado Mozart y Haydn, con quien mantenía una relación ambivalente. Pero una vez alcanzada la cima, su propósito era desmarcarse e iniciar una vía más personal y, necesariamente, innovadora. Así lo defendía él mismo: “Mis trabajos anteriores me satisfacen apenas. En adelante seguiré un camino nuevo”. Este concierto se sitúa en la frontera entre la estética clásica y la senda renovada. Lo mejor del clasicismo vienés resuena en los ecos del homenaje a Mozart, cuyo espíritu planea, en cierto modo, sobre este concierto. Por un lado, en el color tonal del do menor y en la atmósfera que emana del tapiz que la orquesta proporciona al solista, pero también en el canto del piano, con esa mezcla de desenfado y trascendencia solo al alcance de los grandes.
Además, como siempre sucede con Beethoven, hay que tener también muy presentes las circunstancias vitales por las que atravesaba el joven compositor en aquel momento. Así lo escribía él mismo a Franz Wegeler, su amigo médico de Bonn, en una carta fechada en noviembre 1801: “Te será difícil de creer la vida tan triste y vacía que he llevado los últimos años. Mi pobre oído me perseguía por todas partes como un fantasma y evité todo contacto social. Se me tomó por un misántropo, aunque estoy lejos de serlo.” Fue la primera confesión que Beethoven, uno de los principales pianistas de Viena, hizo de su propia tragedia.
La desazón y el miedo unidos al tesón tan propio de su carácter y a la seguridad que le daba una carrera brillante, quedan reflejadas en este concierto que pivota entre el manierismo vienés y la floración romántica. La música, cosida a las vivencias personales y a las circunstancias que atraviesa Europa en su despertar romántico, se manifiesta en el dramatismo y la poesía que, a partes iguales, vertebran la partitura.
Beethoven, frágil y poderoso, mantiene aquí un encomiable y ejemplar equilibrio entre su joven cuerpo enfermo (“ese monstruo envidioso, mi mala salud”, se lamentaba) y su creatividad intacta y cada vez más ambiciosa.
Autor visionario -de un humanismo inmenso y un espíritu audaz- Beethoven era, al mismo tiempo, un maestro artesano que cincelaba la música modelando lo que tenía entre manos con un empeño irreductible. Así lo hizo también en esta ocasión, en una obra que fue esbozada en 1800 y no llegó a su forma definitiva hasta 1802. En ella, destaca el novedoso -por equitativo- diálogo entre solista y orquesta, a quienes trata como “iguales”. Pero, más allá, Beethoven enlaza su aprendizaje, logrado a conciencia en la escuela “clásica”, con la intención del explorador de adentrarse en ese “nuevo camino” que ampliaba el universo armónico, desplazando sus márgenes para dar cabida a las nuevas ideas y al nuevo tratamiento de la tonalidad. Esta original trayectoria nos transporta de la oscura e insistente energía del do menor del Allegro con brio, hasta el Rondó final que, sacudiéndose poco a poco la nostalgia y haciendo gala de una frescura que no ensombrece su vigor, va aclarando el panorama y guiando nuestra escucha hasta el resplandeciente y rotundo Do Mayor, en un final endiabladamente virtuoso que parece poner en duda la sordera -más que incipiente ya- que padecía el pianista-compositor. Pero donde el milagro de la música se transforma en luz diáfana es en el excepcional Largo, en el que el refinamiento de la escritura y la inspiración alcanzan una verdadera cumbre musical.
El estreno tuvo lugar el 5 de abril de 1803 en el Theater an der Wien, con Beethoven al piano. Y al interés que ya suscitaba entonces cualquier obra nueva del compositor, se sumó un plus de agitación entre el público: la partitura estaba incompleta. Sin embargo, esto no supuso inconveniente alguno para Beethoven ya que, según testimonio de los presentes, aún sin haber volcado el total de las notas sobre el papel, las proyectó directamente de su cabeza a sus manos.
El concierto fue publicado en Viena 1804 y dedicado al príncipe Luis Fernando de Prusia, cuya ferviente admiración por Beethoven gozaba de cierta reciprocidad ya que el compositor valoraba su formación musical y se la reconoció en alguna ocasión con estas palabras: “No tocáis como un príncipe, sino como un auténtico músico”.
Unos años después, Franz Schubert (Viena, 1797 – Viena, 1828) se preguntaba esto: “¿Qué puede hacerse después de Beethoven?”. Lo hacía con veneración. La misma que, a lo largo del siglo XIX y a lo ancho de toda Europa, rindieron tantos compositores devotos al ídolo Beethoven. También con reverencia llevó a hombros su ataúd, apenas un año antes de su propio fallecimiento.
De Schubert se decía que era “el muchacho que lo ha aprendido todo de Dios”. En realidad, fue discípulo de Simon Sechter, uno más de los numerosos profesores de armonía y contrapunto que cubrían las necesidades de enseñanza musical en aquella Viena insaciable de música. Su aportación fueron algunas herramientas de composición con las que conducir el caudaloso manantial sonoro de aquel muchacho que encarnó -encarna- como muy pocos el don la música. Así, por la gracia divina. O, tal vez, por la naturaleza de sus pensamientos. Esto explicaba el propio Schubert: «Cuando uno se inspira en algo bueno, la música nace con fluidez, las melodías brotan; realmente esto es una gran satisfacción.» Su música lo es para nosotros.
Schubert fue uno de los primeros compositores de envergadura que no fue hijo de músico. Su padre era maestro y pretendía que el joven Franz le ayudara en su empresa, pero la pasión por la música -para irritación de su padre y bendición de toda la humanidad- era irreductible. Su obra, fruto de una vida demasiado corta, tiene unas coordenadas muy concretas. Por un lado, vivió y trabajó en una ciudad apasionadamente melómana que, al tiempo que atraía a compositores e intérpretes de toda Europa, ninguneaba a quienes no satisfacían su incorregible arrogancia y su permanente frivolidad. A Schubert lo trató siempre con desdén, cuando no con menosprecio. En la misma Viena en que Beethoven había puesto a la aristocracia a su servicio, Schubert pasó su vida personal y profesional rodeado de una burguesía próspera que gozaba de su música sin contribuir a su mantenimiento. Su genio ilimitado se disfrutaba y valoraba -apenas sin peaje- en estos círculos formados por profesionales liberales, profesores universitarios y artistas de toda índole, dando lugar a lo que, aún hoy, se denominan “schubertiadas”.
La coordenada temporal lo sitúa en una época de transición entre el Clasicismo, con sus perfiles claros y su exquisita factura, y el Romanticismo, con su poder de conmover y su intención dramática. Su música surge espontánea entre ambos y su vena melódica parece inagotable. Con este talento innato escribió centenares de partituras llenas de frescura y lirismo que, como corresponde a todo aquello que tenga la condición de poético, gravitan entre la nostalgia y el júbilo.
Al igual que su ídolo Beethoven, alumbró nueve sinfonías, la primera a la edad de dieciséis años. La última, el mismo año de su muerte. Con esta Novena -sin duda su obra maestra en el género sinfónico- Schubert demostró que se había colocado a la altura de Beethoven, logrando lo que él mismo había creído inalcanzable.
La obra destila un intenso lirismo y también un asombroso equilibrio entre la tensión dramática y la distensión de aire desenfadado. Es, sin duda, una fusión perfecta entre los espíritus clásico y romántico que favorece el prodigio: la convivencia de una alta concentración de estados anímicos diversos -muchos de ellos dispares- en una misma sección de la partitura. Todo ello sin impedir que la música sea percibida en un fluir continuo, en un perpetuo avanzar de sentimientos y emociones que transitan entre los pentagramas, haciéndolos florecer.
La Sinfonía en Do Mayor, conocida hoy como “la grande”, fue en su momento despreciada, probablemente por incomprendida y también debido a su complejidad. El relato es este: Schubert entregó la partitura a la Sociedad Filarmónica de Viena que, tras unos pocos ensayos fallidos, se negó estrenarla por ser “demasiado larga y difícil”. Fue Felix Mendelssohn quien, once años después y con numerosos cortes, lideró la premier en Leipzig. Pero el redescubrimiento de la partitura se debe a que Robert Schumann la encontró en medio de una “inmensa pila de manuscritos” en casa de Ferdinand Schubert, hermano del compositor. Gracias a su sensibilidad y a su clarividencia artística, la obra no quedó irremediablemente perdida. Este fue el pálpito de Schumann ante semejante obra maestra: “En una parte más honda de esta sinfonía hay algo que es más que una mera canción y más que simple júbilo y tristeza […] Se trata de algo que nos transporta a un mundo donde no podemos recordar haber estado antes.”
La obra esta articulada, principalmente, por un impulso de índole rítmica -alimentado por una oleada ininterrumpida de motivos de gran vitalidad motriz- y por un tratamiento instrumental original, sugestivamente variado y espléndido. Estos dos aspectos de la composición, unidos a la riqueza de las texturas -con un uso magistral del contrapunto- y del material temático, alientan una energía expansiva que invade de belleza y efusión romántica el patio de butacas: desde la nobleza y el júbilo del primer movimiento hasta la brillantez impetuosa del final, pasando por la magia sonora que desprende el Andante con moto o la inspiración y el brío que emanan del Scherzo.
El programa de esta tarde reúne una buena dosis del potpurrí de sentimientos que puede albergar el alma humana. Eso sí, articulados con una maestría y un sentido de la estética solo concedidos a los espíritus privilegiados. A nosotros se nos otorga el placer de disfrutarlos.
Mercedes Albaina
Xiaolu Zang.
El pianista Xiaolu Zang obtiene cada vez más reconocimiento internacional como uno de los artistas más reflexivos y expresivos de su generación, elogiado por su «profundo conocimiento musical, su gran precisión y virtuosismo, su gran poder expresivo interior y una riqueza de tonos casi increíble» (ZF Kunststiftung). Ganador del primer premio y del premio del público en el Concurso Internacional de Música Maria Canals, y ganador del segundo premio en el Concurso Internacional de Piano Paloma O’Shea Santander, Xiaolu ha actuado en prestigiosas salas como el Auditorio Nacional de Madrid, el Palau de la Música Catalana, el Regentenbau Bad Kissingen, la Salle Cortot y el Teatro Municipal de Santiago.
Su carrera le ha llevado por Europa, Asia, América y África, colaborando con orquestas como la Orquesta Sinfónica de Madrid, la Orquesta Sinfónica y Coro RTVE, Orquesta Ciudad de Almería, Jove Orquestra Nacional de Catalunya, Südwestdeutsche Philharmonie Konstanz, Niedersächsisches Staatsorchester Hannover, Orchestre Royal de Chambre de Wallonie, Südwestdeutsches Kammerorchester Pforzheim y la Orquesta Filarmónica «Mihail Jora» de Bacau. Ha trabajado con prestigiosos directores como Gustavo Gimeno, Pablo González, Michael Thomas, Douglas Bostock, Manel Valdivieso, Hankyeol Yoon, Frank Braley, Valtteri Rauhalammi, Florian Groß y Ovidiu Balan. Como músico de cámara, Xiaolu ha actuado con el Cuarteto Casals, el Cuarteto Castalian y el Cuarteto Karol Szymanowski.
Entre los momentos más destacados de la temporada 2024-25 se encuentran su interpretación del n.º 5 de Beethoven con la Orquesta Sinfónica de Madrid bajo la dirección de Gustavo Gimeno en el Auditorio Nacional de Madrid; su debut en recital en el Palau de la Música Catalana; una interpretación del Concierto para piano n.º 1 de Tchaikovsky con la Orquesta Sinfónica Nacional de la República Dominicana bajo la dirección de José Antonio Molina en el Teatro Nacional Eduardo Brito de Santo Domingo; su debut en recital en el Teatro Municipal de Santiago; y múltiples giras de recitales por España y América. Entre sus próximos compromisos destacan colaboraciones con importantes orquestas españolas, como la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y la Orquesta Sinfónica de Tenerife, junto a distinguidos directores como Johanna Malangré y Vasily Petrenko.
Nacido en Qinhuangdao, China, Xiaolu comenzó a estudiar piano a los cuatro años con Yaqing Pan. Continuó su formación en la Escuela Secundaria del Conservatorio Central de Música de Pekín con el profesor Ye Lin. Actualmente reside en Hannover, Alemania, donde estudia con el profesor Arie Vardi.
Iván López-Reynoso.
Director
Iván López-Reynoso posee una solida musicalidad y temperamento, demostrada al frente de numerosas agrupaciones de primer nivel en México, España, Austria, Alemania, Suiza, Perú, Omán, Japón, Estados Unidos e Italia. Sus colaboraciones se extienden a algunos de los artistas más relevantes, como Bryn Terfel, Ildar Abdrazakov, Javier Camarena, Alessandro Corbelli, Brigitte Fassbaender, Ramón Vargas, Rolando Villazón, Irina Lungu, John Osborn, Franz Hawlata, Paolo Bordogna, Ute Lemper, Augustin Hadelich, Michael Barenboim, Yulianna Avdeeva, Gabriela Montero, Jorge Federico Osorio o Alex Klein.
Ha dirigido la Philharmonia Zürich, Milwaukee Symphony Orchestra, Santa Fe Opera Orchestra, Orquesta Sinfónica de Bilbao, Orquesta Ciudad de Granada, Oviedo Filarmonía, Orquesta Sinfónica de Navarra, Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, Orquesta Sinfónica de Madrid, Staatsorchester Braunschweig, Orquesta Sinfónica Nacional de México, entre otras, en teatros como Opernhaus Zürich (Il Pirata de Bellini), Santa Fe Opera (Il barbiere di Siviglia de Rossini), Teatro de la Maestranza de Sevilla (Così fan tutte de Mozart), Oper im Steinbruch (Aïda de Verdi), Dallas Opera (La Traviata de Verdi), Atlanta Opera (Macbeth de Verdi) y Ópera ABAO de Bilbao (L’elisir d’amore de Donizetti).
López-Reynoso debutó en 2010, a los 20 años, con Las bodas de Fígaro. Esta fue solo la primera de una lista de más de 50 óperas, entre las que se incluyen Aïda, Der fliegende Holländer, Carmen, La bohème, The Rake’s Progress, Don Giovanni, Die Zauberflöte, La clemenza di Tito, Don Giovanni, L’elisir d’amore, Madama Butterfly, La cenerentola, Il turco in Italia, Otello, Macbeth, Anna Bolena, Carmen, La traviata, Il barbiere di Siviglia, Rigoletto, Werther, Tosca, Don Carlo, Hänsel und Gretel y los estrenos en México de Le comte Ory, Il viaggio a Reims, de Rossini, y Viva la mamma, de Donizetti.
El maestro López-Reynoso fue seleccionado como director de la Accademia del Festival de Ópera Rossini 2014, donde dirigió Il viaggio a Reims como parte del programa del festival y trabajó en estrecha colaboración con el gran especialista en Rossini, el maestro Alberto Zedda. Entre sus responsabilidades anteriores se incluyen los de director artístico de la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, primer director de orquesta del Staatstheater Braunschweig, director asociado de la Orquesta Filarmónica de la UNAM, director artístico de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes y director invitado principal de la Oviedo Filarmonía. Entre sus compromisos futuros se incluyen la Ópera de Zúrich, Santa Fe Opera y Deutsche Oper Berlin.
Nacido en 1990 en Guanajuato, México, López-Reynoso estudió violín, piano y dirección coral, y se graduó Summa Cum Laude en dirección orquestal. Desde entonces, ha participado en numerosas clases magistrales, entre las que destacan las de Alberto Zedda, Jean Paul Penin, Jan Latham-Koenig o Avi Ostrowsky. Como habilidad adicional, el maestro López-Reynoso también canta como contratenor.
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