Conciertos
BOS 10
Amerika! | Abono de Iniciación
Carlos Miguel Prieto, director
Aaron Copland (1900-1990): El salón México
Leonard Bernstein (1918-1990): Serenata (basada en “El banquete” de Platon)
I. Phaedrus; Pausanias (Lento; Allegro marcato)
II. Aristophanes (Allegretto)
III. Eryximachus (Presto)
IV. Agathon (Adagio)
V. Socrates; Alcibiades (Molto tenuto; Allegro molto vivace)
Philippe Quint, violín
George Gershwin/Robert Russell Bennett (1898 – 1937): Porgy and Bess, A Symphonic Picture
Alberto Ginastera (1916 – 1983): Estancia, Danzas del Ballet Op. 8a
I. Los trabajadores agricolas
II. Danza del trigo (Tranquillo)
III. Los peones de hacienda (Mosso e rúvido)
IV. Danza Final; Malambo (Allegro)
FECHAS
- 31 de enero de 2019 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
- 01 de febrero de 2019 Palacio Euskalduna 19:30 h. Comprar Entradas
Venta de abonos, a partír del 24 de junio.
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Los sonidos de América
El convulso siglo XIX provocó en América el florecimiento de unas ideas literarias, filosóficas y artísticas que aún no habían visto la luz, agazapadas como estaban bajo el influjo de la sabia Europa. Estos nuevos materiales surgieron en el seno de la misma tierra americana, fruto de la comunión entre una Naturaleza exuberante y vigorosa y el pulso inflamado de sus ilusionados habitantes. Pero este despertar tardó algo más en llegar a la música: lo hizo coincidiendo con el cambio de siglo y desató una ráfaga de viento que recorrió el continente de Norte a Sur, abriendo de par en par los oídos de América a la creatividad de sus compositores.
El soplo de aire fresco se convirtió en huracán y cruzó el océano, estimulando a músicos y oyentes del otro lado del Atlántico a conectar con un lenguaje que, pujante y genuino, había nacido para triunfar. Lo decía en París Nadia Boulanger, la didacta más lúcida del siglo XX: “Ser uno mismo ya es ser genial”.
El estallido de la pasión americana se percibe en el programa de hoy desde los primeros compases de El salón México, que Aaron Copland (Nueva York,1900 – Nueva York,1990) completó en 1936 con la irrevocable intención de abandonar su estilo anterior, ligado a los aprendizajes que había adquirido en sus años de estudiante en París –precisamente con Nadia Boulanger. Esta decisión supuso un giro radical en su trayectoria compositiva y generó la primera obra de su catálogo escrita con el objetivo de reflejar musicalmente las experiencias sonoras comunes a la mayoría de sus contemporáneos continentales, haciendo para ellos una música más cercana que recogiera motivos melódicos, células rítmicas, efectos orquestales y diseños armónicos que la mayoría -en este caso, la mayoría americana- pudiera reconocer y, por tanto, disfrutar. Este espíritu creativo enlazó con la ideología basada en la “democratización de la cultura”, que promulgaron las autoridades norteamericanas tras el descalabro económico y social -la Gran Depresión- que había desencadenado el batacazo de la bolsa en 1929. De hecho, Copland fue uno de los vehículos con los que contó el gobierno de Franklin Roosevelt para, a través de la música, levantar el ánimo de una nación desolada. También bajo el auspicio del Departamento de Estado y por expreso deseo del presidente Roosevelt, Copland visitó en varias ocasiones Latinoamérica con el fin de promover los intercambios musicales en el marco de un programa diplomático que se llamó “Buen Vecino” (tal vez alguien debería retomar la idea). Pero el interés de Copland hacia Latinoamérica fue auténtico y, antes y después de las misiones de estado, viajó allí y se empapó de su latido musical, enseñó técnicas de composición a varios músicos, publicó numerosos artículos en revistas especializadas y compuso obras de claro sabor latinoamericano como El salón México, Danzón cubano (de 1942) y Tres imágenes latinoamericanas (de 1972).
El punto de partida de El salón México fue la gozosa experiencia que el compositor vivió en una visita a este país en 1932 y que se manifiesta en el colorido armónico, la frescura melódica, el brillo tímbrico y, sobre todo, en el derroche de ritmos cruzados y sus ecos, que dan a la pieza un permanente aire de danza. Unos años después de su estreno -el 27 agosto de 1937 en Ciudad de México, por el compositor mejicano Carlos Chávez al frente de su Orquesta Sinfónica-, la popularidad de la partitura creció al ser arreglada para la película musical Fiesta, que el director Richard Thorpe rodó en 1947 (por cierto, en ella también se escucha Romería Vasca, escrita e interpretada por Los Bocheros). Copland tuvo otros éxitos en el mundo del cine y dos años más tarde recibió el óscar a la mejor banda sonora por la música de La heredera (extraordinaria Olivia de Havilland).
Como reposo tras una danza estimulante, el programa nos propone una música inspirada por la filosofía: la Serenade para violín de Leonard Bernstein (Lawrence, Massachusetts, 1918 – Nueva York, 1990) es una composición eminentemente reflexiva y dialéctica, como la fuente que la alimenta: El banquete de Platón. Bernstein la concibió tras unos meses de descanso en la exclusiva isla de Martha’s Vineyard, en la costa de Massachusetts, como homenaje a quien había sido su mentor, Serge Koussevitzky, y en respuesta al encargo de la Fundación que lleva este nombre. Para escribir la música -como le sucedió tantas otras veces- encontró la inspiración en un material extramusical: la relectura de la obra del filósofo griego que escenifica una sobremesa en que seis personajes dialogan, haciendo un encomio sobre el Amor y la importancia de éste en la vida de las personas, a través de sucesivos discursos. Sus razonamientos incluyen diferentes perspectivas: la salud, lo mítico, el origen de la atracción mutua, el amor perfecto, el contemplativo… convirtiendo el conjunto en una interesante y poliédrica definición del Amor. El violín, como solista, encadena su canto a varias de las meditaciones recogidas en El banquete, al tiempo que debe concertar con el arpa, la percusión y una orquesta de cuerda. Con su extraordinaria vena didáctica, Bernstein dejó para el público una serie de indicaciones en las que explica que, aunque la pieza está articulada en cinco movimientos que llevan los nombres de varios de los invitados al simposio de Platón, él se tomó la libertad de hacer modificaciones en el orden y en el carácter de las intervenciones. Comienza Fedro con una oración lírica en alabanza a Eros, dios del amor, porque “de entre los dioses es el más antiguo, el más honorable y el más eficaz para la adquisición de virtud y felicidad por los hombres». Continúa Pausanias describiendo la dualidad entre el amante y el amado. En el segundo movimiento-diálogo, Aristófanes no juega su habitual papel de clown, sino que hace de narrador nocturno, invocando una especie de cuento de hadas mitológico sobre el amor. En el breve Presto que sigue, el médico Erixímaco alaba la armonía del cuerpo como un modelo científico válido, aplicable al funcionamiento de los patrones del amor. Llega después Agatón que, elogiando todos los aspectos del amor en un emotivo Adagio, enfatiza su poder, su atractivo y su propósito: “Me parece que Eros, siendo en primer lugar él mismo el más bello y el mejor, es por ello causa para los otros de cosas semejantes”. La obra concluye con la descripción que hace Sócrates de su visita a la sabia Diotima, centrando su discurso sobre el amor en las tesis de ella. Bruscamente, Alcibíades interrumpe y agita la reflexión, con una música que se desliza hacia la órbita del jazz. Bernstein se justificó de esta manera: “Espero que no sea tomado como un anacronismo en una fiesta musical griega, sino como la natural expresión de un compositor americano actual, imbuido del espíritu de aquella reunión eterna”. La Serenata se estrenó el 12 de setiembre de 1954 en el Teatro La Fenice de Venecia, con el violinista Isaac Stern y Leonard Bernstein dirigiendo a la Orquesta Filarmónica de Israel y fue ofrecida por su autor como una recopilación de su amor por todos los seres humanos. Pero también hay quienes vieron en ella el retrato del propio compositor en sus múltiples perfiles: grande y noble, infantil, bullicioso, tierno, apocalíptico e iconoclasta.
Con Porgy and Bess, George Gershwin (Brooklyn-Nueva York, 1898 – Beverly Hills-California, 1937) consolidó su madurez musical. La ópera fue estrenada en el Teatro Colonial de Boston, el 30 de septiembre de 1935. El libreto era de su hermano Ira -cuyas poesías anticonvencionales se adaptaban perfectamente a su música y con quien durante años produjo un tipo sofisticado de canción popular que captó el pulso de la estimulante Nueva York de aquella época- y de DuBose Heyward, basado en la novela Porgy de este último. Gershwin tardó casi 9 años desde que en 1926 decidiera componerla, hasta su conclusión en 1935 y visitó los barrios marginales de Carolina del Sur para conocer su ambiente en profundidad y poder manifestarlo en su música. La partitura es tan extraordinaria que el gran Fritz Reiner, siendo director de la Orquesta Sinfónica de Pittsburg, encargó una versión orquestal de la ópera. Anteriormente, como titular de la Sinfónica de Cincinnati, Reiner había interpretado el Concierto en Fa, la Rapsodia en Blue -ambas con Gershwin al piano- y Un americano en París. El encargo de este “cuadro sinfónico” recayó en Robert Russell Bennett, uno de los principales arreglistas y orquestadores de Broadway. Russell Bennett había trabajado con músicos de la talla de Jerome Kern, Irving Berlin, el propio George Gershwin, Cole Porter, Frederick Loewe o Richard Rodgers -quien dijo de él: “le doy el mérito de hacer que mi música suene mejor de lo que era”-, contribuyendo a perfilar la sonoridad del musical norteamericano. Conocía bien a Gershwin –eran amigos personales- y su lenguaje y, desde luego, la elección no podía haber sido más acertada: en la suite supo reflejar toda la frescura y la sensibilidad del original y el enlace entre los números es muy efectivo, permitiendo al oyente visitar varios de los momentos estelares de la ópera: desde el trepidante preludio hasta el conmovedor dúo de amor entre Porgy y Bess, pasando por la irrepetible canción de cuna Summertime, la representación de la vida cotidiana en la comunidad o la expresión de la alegría de vivir y la plenitud que siente Porgy al poseer lo fundamental y que toma forma sonora en la entrañable voz del banjo. La riqueza de la orquestación incluye, además, varios saxofones y una nutrida sección de percusión. Reiner dirigió la premier el 5 de febrero de 1943.
Y el cierre a este programa lo ponen cuatro de las danzas del ballet Estancia que, con su espectacular potencia expansiva, reflejan toda la dureza del trabajo en el campo y la energía de la tierra. Alberto Ginastera (Buenos Aires, 1916 – Ginebra, 1983) escribió la obra como respuesta a un encargo del empresario Lincoln Kirstein para el American Ballet Caravan, pero la compañía se deshizo y la obra no llegó al escenario hasta diez años después de ser concebida. Sin embargo, la música de las cuatro danzas principales fue interpretada en el Teatro Colón de Buenos Aires en mayo de 1943, con un éxito apoteósico que contribuyó a consolidar la fama de Ginastera como principal compositor argentino. Una estancia es una hacienda dedicada a la cría de ganado en las extensas llanuras de la Pampa argentina, paisaje que había impactado a Ginastera desde niño: “Siempre que cruzaba la Pampa o vivía allí durante algún tiempo, mi espíritu se inundaba de impresiones cambiantes, ahora alegres, ahora melancólicas, unas rebosantes de euforia, otras impregnadas de una paz profunda, todas ellas provocadas por esa inmensidad sin límites”. Con esta obra Ginastera reivindica la Argentina rural, la de los gauchos y las estancias y para establecer la secuencia temporal que vertebró el ballet, el músico recurrió a una espléndida fuente: Martin Fierro, el poema épico que José Hernández completó en 1872 y que relata de forma realista y conmovedora la dura jornada del gaucho: “Aquí me pongo a cantar, al compás de la vigüela, que el hombre que lo desvela una pena extraordinaria, como la ave solitaria, con el cantar se consuela…”.
La suite da comienzo con Los trabajadores agrícolas, que describe con un ritmo furioso el esfuerzo hercúleo de estos hombres de campo que resisten el trabajo al amanecer, apoyándose en su rudeza. Le sigue una más plácida Danza del trigo, evocadora del esplendor de la hierba y de los campos de grano mecidos con delicadeza por la brisa del día. De nuevo el movimiento vibrante irrumpe con la tercera danza en que Los peones de hacienda doman briosos caballos con su ritmo impetuoso, destacando el papel estelar de metales y timbales. En el Malambo final el compositor explota con metódica fijación una célula rítmica veloz y obstinada que refleja a la perfección esta danza propia de los gauchos y emblema de su masculinidad, que se transformó en el símbolo del nacionalismo modernista de Ginastera.
Sugerente e intenso programa para tonificarnos en esta época del año, cuando el pulso amortiguado del invierno espera aletargado la llegada de la primavera y su latido renovador de los colores del paisaje. América también despertó, reavivando el colorido de la orquesta. Disfruten del panorama sonoro.
Mercedes Albaina
PHILIPPE QUINT – violín
“Verdaderamente fenomenal” escribe la BBC Music Magazine del violinista Philippe Quint. Nominado para multiples Grammys, toca en salas de concierto que van de la Gewandhaus en Leipzig a Carnegie Hall en Nueva York y en festivales como Verbier, Colmar, Holywood Bowl o Dresden Festspiele.
Artista en Asociación con la Sinfónica de Utah 2018/2019, ha colaborado recientmente con la London Philharmonic, Los Angeles Philharmonic, las sinfónicas de Chicago, Seattle, Detroit, Minnesota, Bournemouth, Weimar Staatskapelle, Royal Liverpool Philharmonic, China National Symphony, Orpheus Chamber Orchestra, Berlin Komische Oper Orchestra, Leipzig’s MDR con directores como Masur, De Waart, Litton, Sokhiev, St. Clair, Stern, Llewellyn, Macelaru, Ling, Urbanski, Morlot, Prieto, Sokhiev, Seaman, Schermerhorn, Sloane y Tovey.
En 2017/2018 abrió el Festival de Colmar por invitación del Maestro Spivakov dedicado a Jascha Heifetz con la Orchestre National de Capitole de Toulouse junto a Tugan Sokhiev y en 2019 hace su debut con la Filarmónica Nacional de Rusia junto a Spivakov.
Philippe toca con un Stradivarius “Ruby” de 1708, una donación de la The Stradivari Society®.
Nacido en Leningrado, Philippe estudió en la Escuela de Música para Dotados de Moscú con Andrei Korsakov y en la Juilliard School con los maestros Delay, Cho-Liang Lin, Kawasaki, Stern, Perlman, Steinhardt y Galimir.
CARLOS MIGUEL PRIETO – Director
Carlos Miguel Prieto es director titular de las orquestas Sinfónica Nacional de México, Sinfónica de Louisiana y Sinfónica de Minería. Fue Director Asociado de la Houston Symhpony Orchestra.
Ha sido invitado a dirigir importantes orquestas como la New York Philharmonic, Boston Symphony Orchestra, Chicago Symphony, London Royal Philharmonic, Orquesta Sinfónica de Xalapa y las orquestas de Indianapolis, San Antonio, Florida y Nashville, entre otras.
Entre sus recientes y futuros compromisos se incluyen conciertos con la Sinfónica de Cleveland, Houston, Royal Liverpool Philharmonic, NDR Radio Philharmonie Hannover (Rheingan Festival), Radio de Frankfurt (en la Alte Oper), Royal Scottish National, BBC Scottish Symphony, Bournemouth Symphony, Orquestra Sinfônica do Estado de São Paulo así como las principales orquestas españolas.
Graduado por las universidades de Princeton y Harvard, ha recibido el Premio de la Unión Mexicana de Críticos de Música y la Medalla Mozart al mérito musical, concedida por los gobiernos de México y Austria. Su grabación de obras de Korngold con la Orquesta Sinfónica de Minería, para Naxos, fue nominado a un premio Grammy en 2010.
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Nº 14: Pas de Deux, Andante maestoso (Danse du Prince et de la Fée Dragée)
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