Concerts
BOS SEASON 8-2010-2011
Abono Iniciación
D. Milhaud: Scaramouche, para saxofón y orquesta
M. Theodorakis: Cretan concertino, para saxofón y orquesta
P. Iturralde: Czardas, para saxofón y orquesta
S. Rachmaninov: Sinfonía nº 2
Theodore Kerkezos, saxofón
Jin-Hyun Baek, director
DATES
Venta de abonos, a partír del 8 de julio.
Venta de entradas, a partir del 15 de septiembre.
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Rumbo a otras tierras
nos lleva el impulso expresivo de cuatro creadores, relativamente cercanos a nosotros en el tiempo. Acomódense y tengan a mano sus zapatillas de baile.
Darius Milhaud (Aix-en-Provence, 1892-Ginebra, 1974) nació en el seno de una familia distinguida, acaudalada y enormemente aficionada a la música, que favoreció el desarrollo de las dotes musicales de su hijo, primero dirigidas al estudio del violín y, posteriormente, consagradas a la composición. Fue uno de los autores más prolíficos de la primera mitad del siglo XX en el ámbito de los países latinos y cultivó todo tipo de géneros, de pequeña y gran envergadura, adaptándose a los nuevos formatos (cine, radio) y teniendo en cuenta a todo tipo de intérpretes (profesionales y aprendices).
Su lenguaje se caracteriza por dos aspectos fundamentales: por una parte, Milhaud enriquece su discurso, utilizando más de una tonalidad al mismo tiempo (politonalidad), pero sin romper con el sistema tonal. La otra característica importante de su música es que hace convivir, de manera natural, lenguajes de distinta procedencia: el lirismo, sencillo y directo, de su Provenza natal; el carácter chispeante y de despreocupada alegría del music-hall parisino, que degustó junto a un brillante círculo de amigos que incluía pintores y escritores y el ritmo y color de la música brasileña, con la que tuvo ocasión de tomar contacto en los casi dos años que vivió en Brasil, como secretario del poeta y diplomático Paul Claudel.
Scaramouche es una composición que surgió de la reelaboración para dos pianos que el propio compositor hizo, en 1937, de un material anterior: la música incidental que había escrito para Le Médecin volant de Molière. La escritura es constantemente idiomática y se caracteriza por un continuo intercambio de ideas musicales entre los ejecutantes principales: en este caso el saxofón y la orquesta. Es el tipo de música ingeniosa y refinada, pulida, irónica y vibrante que caracteriza el paisaje sonoro de los cafés y cabarets del París de entreguerras que Milhaud frecuentó. Tiene tres movimientos. El primero, Vif, es el retrato sonoro de la fluidez y explota la capacidad de las escalas musicales de sugerir movimiento, cuando son ejecutadas a gran velocidad. Una zona central presenta una melodía cantabile que recoge la intención clara de su autor de que “se pueda retener, canturrear y silbar fácilmente por la calle”. Y se cierra el movimiento con la vivacidad de las escalas. El segundo, Modéré, está escrito en una vena de sereno lirismo que parte de un motivo muy simple y deriva en una melodía sentida y modesta, aunque no demasiado. La breve parte central está escrita en un gracioso y más danzante compás de 6/8, que cede su lugar al motivo del principio. Encantador. La Brasileira final conjura la fascinación que el compositor sintió por el vigor y colorido de un país lleno de vida. Pero la distinción y la coquetería también están presentes en este movimiento de la mano de una melodía sincopada que se desliza, sobre un ritmo perpetuo en el acompañamiento, haciendo convivir lo ancestral y la sofisticación.
Mikis Theodorakis (Chios, Grecia, 1925) es un compositor conocido sobre todo por su aportación a la música cinematográfica (excelente en las películas Zorba el griego y Serpico) y sus canciones, comprometidas e inspiradas en el folklore griego. Pero también tiene una nutrida producción camerística y sinfónica que ha sido merecedora de la consideración de algunos de los más importantes compositores del siglo XX como Olivier Messiaen, que fue su profesor en el Conservatorio de Paris o Darius Milhaud, con quien comparte hoy cartel. Cretan concertino, para saxofón y orquesta es un arreglo de la Sonatina nº 1 para violín y piano que en 1952 escribió Theodorakis y que, en 2005, hizo Yannis Samprovalakis para el saxofonista Theodore Kerkezos, a quien escuchamos esta tarde.
Debe su nombre a que incorpora elementos de la música cretense. El primer movimiento, Vivo, tiene como células generadoras los motivos de la danza tradicional Syrto Xaniotikos que vertebran el discurso, y le dan un carácter eminentemente rítmico que cede algo en la zona central, para adquirir luego un temperamento más oriental. El segundo movimiento, Largo, es abiertamente lírico y evocador de una atmósfera callada y, en cierto modo, misteriosa, lograda a través de armonías abiertas y colores tímbricos propios de un lenguaje impresionista. Pero el frenesí vuelve en el Allegro final, donde los acentos y polirritmias recrean una sousta, danza folklórica de vértigo, que hace pequeñas concesiones a la insinuación y el galanteo.
Pedro Iturralde (Falces, Navarra, 1929) es sobre todo conocido, dentro y fuera de nuestras fronteras, como músico de jazz (es uno de los pioneros del jazz en España junto a Tete Montoliú), pero ha completado su perfil musical con la docencia y la composición. Czardas, para saxofón y orquesta es, según indica él mismo, una obra inspirada en las danzas populares húngaras. Por esa razón, la composición presenta el tradicional cambio de tempo propio de estos bailes folklóricos: empieza de forma parsimoniosa (lassu) y termina con una velocidad fulgurante (friss o frisca) que conduce al frenesí.
Ya desde los primeros compases, crescendo, accelerando y de motivos ascendentes, se nos anuncia el arrebato y la exaltación a los que nos llevará la música. Pero antes, en la sección Andante nos deleitamos con un evocador y delicioso tema que canta la voz del saxo, arropado por una cálida orquestación. Poco a poco, el discurso se aligera y nos introduce en la siguiente sección, Allegro, que aún hace concesiones a la melosidad y sugerencia del tema inicial en el fragmento Maestoso que sigue. Y el saxofón puede demostrar su capacidad técnica y expresiva en la cadencia que sirve de lucimiento y de preparación para un final fresco, vigoroso y delirante con el que concluye este baile de notas.
Sergei Rachmaninov (Semyonovo, 1873- Beverly Hills, 1943) personifica una de esas raras paradojas que a veces se dan en la historia del arte: es un músico adorado por el público y discutido por buena parte de la crítica. Lo que es incontestable es que ha conseguido, a través de su lenguaje artístico, ser uno de los grandes comunicadores del siglo XX. Su genuina emoción, sin hacer concesiones a las corrientes más vanguardistas de su época, llega de manera directa al oyente. Y ya se sabe, la expresión auténtica es la que conecta y, por tanto, la que conmueve. La Segunda Sinfonía en mi menor, Op. 27 fue terminada en 1907 y estrenada al año siguiente en San Petersburgo, con Rachmaninov a la batuta. Es una de sus más perfectas creaciones. En ella encontramos el inequívoco espíritu romántico ruso, con un discurso denso pero, al tiempo, de absoluta transparencia; con un lirismo contenido y desbordante a la vez. Maravilla de dualidad.
La obra consta de cuatro movimientos, interrelacionados a través de las sucesivas apariciones y desarrollo del material temático que ya se esboza en el Allegro inicial y que va floreciendo hasta llegar a la recapitulación que representa el final de la composición. Esta “dimensión dramática” de la música es una de las señas de identidad de la tradición sinfónica rusa, junto con la idea del devenir melódico: perpetuo, bello y lírico.
El primer movimiento Largo-Allegro moderato consta de una extensa y, en cierto modo, sombría introducción que da paso al lirismo y la retórica propios de un romanticismo profundamente sentido y expresado. Pero también nos presenta en su paleta de colores musicales, la visión sonora de un ambiente más mundano, muy querido también por el exquisito compositor y de un lenguaje más íntimo y evocador del “alma rusa”. Todas estas ideas tienen un apasionado desarrollo que conduce la música a una coda imaginativa y vigorosa.
El Allegro molto que sigue está escrito a la manera de scherzo y en él, nuevamente, conviven el vigor y la ternura, en un juego continuo de alternancias, persecuciones y cesiones, que se resuelven cuando los metales entonan un himno de carácter litúrgico, que conduce al reposo.
El Adagio siguiente se presenta con una de esas melodías memorables, extensas, sublimes en su sencillez, que atrapan el oído y envuelven el alma en su fluir lento y continuo (tal vez la hayan escuchado en alguna versión pop o jazz, que las hay). Atención a las individualizaciones tímbricas en el solo del clarinete del principio y, más adelante, en la trompa o el violín.
Y la obra concluye con el Allegro Vivace que supone, al mismo tiempo, el resumen de lo escuchado y la meta gloriosa del pensamiento sinfónico de Rachmaninov. La esencia de la obra se proyecta ahora de forma festiva y rotunda.
Gracias a la creatividad de estos cuatro compositores, podemos viajar con la imaginación sonora, por paisajes alejados, pero cercanos en la emoción. ¡Feliz trayecto!
Mercedes Albaina
Theodore Kerkezos, saxofón
El saxofonista Theodore Kerkezos fue nominado dos veces a los premios Grammy en Nueva York en 2007.
Ha colaborado con la Orquesta Sinfónica y la Filarmónica de Londres, la Philharmonia (de Londres), la Filarmónica de San Petersburgo o la Orquesta Sinfónica Tchaikovsky de la Radio de Moscú y con directores tales como Vladimir Fedoseyev, Gunter Neuhold, Yuri Bashmet y Yuri Simonov.
Ha ofrecido conciertos en el Royal Festival Hall, Wigmore Hall, Carnegie Hall, el Conservatorio Tchaikovsky de Moscú y en la Tonhalle de Zúrich.
Iannis Xenakis y Mikis Theodorakis le han dedicado obras.
Theodore Kerkezos se graduó en el Conservatorio de Atenas con el profesor Babis Farantatos y continuo sus estudios en Burdeos con Jean-Marie Londeix y en París con Daniel Deffayet.
Es profesor en el Conservatorio de Atenas y ha impartido clases magistrales en los conservatorios de Moscú y Boston, en las universidades de Princeton y Boston y en las academias Chopin (Varsovia, Gnesin (Moscu) y Kiev.
Jun-Hyoun Baek, director
Jin-Hyoun Baek es Director Artístico de la Masan Philharmonic Orchestra, fundador y Director de la Festival Orchestra así como de la Busan Orchestra. También es Principal Director Invitado de la China’s Tianjin Symphony Orchestra desde 2004.
Ha dirigido la mayoría de las orquestas más prestigiosas de Corea y es muy solicitado tanto en Asia como en el resto del mundo.
Bajo su titularidad, la Masan Philharmoni Orchestra y la Festival Orchestra han sido invitadas a participar en los principales festivales del mundo, aumentado su reputación internacional en las mejores salas de concierto. Jin-Hyoun Baek ha recibido numerosos premios que incluyen el Premio Busan Artist por sus contribuciones para el avance de la música clásica en Corea del Sur, además de haber sido nombrado “Today’s Leading Musician”.
Obtiene su licenciatura en la Universidad Keimyung en Corea, un Máster en la Escuela de Música de Manhattan de Nueva York y un diploma de postgrado en el Conservatorio de Brooklyn. Le fue concedida una beca para realizar estudios superiores de dirección en la Universidad de Hartford. Jin-Hyoun Baek es Doctor por la Academia de Artes Musicales en Rusia donde estudió dirección de ópera y música sinfónica con Sergei Borshev.
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Con la tercera parte, El Retorno del Rey, finalizamos el ciclo dedicado a una de las cumbres en la simbiosis entre música y cine, merecedora de 11 premios Oscar, incluido el de mejor banda sonora para Howard Shore. De nuevo la experiencia de la proyección íntegra de la película con la partitura original interpretada por la BOS y las voces de la Sociedad Coral de Bilbao.
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